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Blogs / Cultura
Del tirador a la ciudad
Coordinado por Anatxu Zabalbeascoa

Peldaño a peldaño hasta el cráter del volcán

¿Por qué es necesario facilitar el acceso a un volcán? Los arquitectos islandeses Bäinn Hauksson y Landlag ehf lo explican con su acceso peatonal al Saxhöll

Volcán Saxhóll en Islandia.
Volcán Saxhóll en Islandia.Landlag ehf

En la península de Saefellsnes, al oeste de Islandia, la mayor atracción del Parque Nacional Snaefellsjökull es el volcán Saxhóll. Con 45 metros de altura, forma una colina, un mirador excepcional a los campos infinitos de lava que lo rodean. Desde lo alto del volcán la vista alcanza hasta el océano Atlántico y hasta el glacial de Snaefellsjökull, que da nombre al parque.

Por si el horizonte desde la cima no fuese recompensa suficiente, llegar arriba supone alcanzar también el interior: las vistas alcanzan entonces el cráter, justo el lugar en el que Julio Verne imaginó la entrada en su Viaje al centro de la Tierra.

¿Cómo se les puede ocurrir entonces a unos arquitectos trazar un acceso a un lugar que debería estar protegido? Esto es una pregunta trampa simplemente porque contiene la repuesta: justamente para proteger ese lugar, para controlar el acceso, delimitándolo y limitándolo y para tratar de evitar el desgaste producido por los recorridos opcionales desordenados y diseminados por la ladera.

Volcán Saxhóll.
Volcán Saxhóll.Landlag ehf

Así, los proyectistas partieron de un camino que estaba ya hecho, que se había asentando con las huellas de los visitantes que llegaban hasta la cima. El sendero estaba tan dibujado que, con el tiempo, comenzó a erosionarse y con ese desgaste aparecieron rutas alternativas. La consecuencia fue que con tanta ramificación, la propia montaña se resintió. Y empezó a peligrar. Por eso en 2014 las autoridades decidieron intervenir: para mantener el volcán y el paisaje debía reforzarse una única vía de acceso. Eso es lo que han hecho el estudio Landlag ehf y Bráinn Hauksson: una escalera de acero negro que sigue la senda del antiguo camino. Un banco marca la mitad del acceso, el ecuador de los 396 escalones. Así, la escalera-camino dibuja una línea apenas visible desde la lejanía pero que, sin embargo, deja espacio suficiente (1,5 metros) para que una persona de ascenso y otra de descenso se puedan cruzar.

Más allá de solucionar un problema, lo más bonito del proyecto es que el paisaje ya ha actuado sobre él. Pasados dos años, el acero comenzó a oxidarse. Se empezó a colorear como la tierra rojiza que rodea el cráter del volcán.

En Barcelona, en el marco de La Bienal Internacional del Paisaje —que organizan el Colegio de Arquitectos de Cataluña y la Universidad Politécnica—, esta Escalera del infierno al cielo, como la han bautizado sus autores, sumó el X Premio Rosa Barba a un historial de galardones en el que figuran el Nordic Architecture Fair o el Island Design Award.

La propia Rosa Barba (1948-2000) ayudó a impulsar esa bienal y fue clave en iniciar los estudios de paisajismo en Cataluña. Los 10 galardones que llevan su nombre trazan una historia del paisajismo contemporáneo que refleja la evolución de nuestros valores, principios e imaginación como sociedad. En esta edición, 232 intervenciones competían por el galardón que cuenta con el respaldo de la Fundació Banc de Sabadell y está dotado con 15.000 euros.

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