¿Creer o no creer a las mujeres?
La credibilidad de las víctimas es el verdadero desafío social, sea en las audiencias del Senado sobre el juez Kavanaugh o en las últimas muertes en España
Solo una cuarta parte de las mujeres asesinadas por sus parejas habían denunciado y las que se han atrevido a hacerlo han muerto desprotegidas. Esta semana hemos sufrido cinco casos sobrecogedores y eso no debe paralizarnos, sino despertarnos preguntas en dos escalas muy concretas: la primera se refiere a la justicia, que ha fracasado a la hora de valorar los riesgos y ofrecer medidas de protección suficientes. Un año después de aprobado el Pacto de Estado contra la Violencia de Género aún no se han destinado los recursos necesarios para evaluar los riesgos, para la formación de jueces y profesionales ni se ha avanzado un centímetro en la educación de nuevas generaciones que están reproduciendo los peores esquemas de dominio violento que debían estar superados. Educar en la igualdad parece hoy un lema gastado en lugar de una política concreta en la que todos los partidos deberían avanzar de la mano.
Pero hay otro frente que no se mide con dinero ni estadística alguna. Esta misma semana, las audiencias para la confirmación del juez Kavanaugh como candidato al Supremo se han convertido en altavoz del enorme grito colectivo contra el acoso sexual. Christine Blasey Ford ha desvelado su intento de violación y el Senado está reviviendo las traumáticas sesiones de 1991, cuando Anita Hill hizo acusaciones parecidas contra el entonces candidato Thomas Clarence. Clarence obtuvo el puesto en el Supremo, del que aún forma parte, pero no había ocurrido el MeToo.
Hay una fina línea que une los testimonios de estas mujeres, sean profesoras de Estadística y Derecho como Blasey Ford o Hill, o la inmigrante senegalesa como la que murió este martes en Bilbao a manos de su pareja, y es la credibilidad. El Senado de EE UU no creyó a Hill en 1991, como la juez de Bilbao no creyó a Mbeugou cuando solicitó protección o como la juez de Castellón no creyó a una madre que denunció amenazas a unas hijas a las que ahora tiene que enterrar.
Tres cuartas partes de las víctimas no denuncian porque el miedo se convierte muchas veces en un infierno potencial peor que el del propio maltrato. Y quienes denuncian se enfrentan a la peor barrera: la falta de credibilidad. Creer o no creer a las víctimas es el verdadero muro que, como cultura, sociedad o civilización, debemos proponernos saltar.
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