Trump entero es una exageración
El descrédito del presidente de EE UU es absoluto. No sabe hablar sin mentir, amenazar y exagerar
Miente pero no engaña. Y miente tanto, y a tal velocidad, que sus mentiras ya no consiguen ocultar nada. Finalmente son una forma de decir la verdad a través de su negación, hasta el punto de convertirse en irrelevantes: todos sabemos que sus dos años de presidencia se encuentran ya entre los peores de la entera historia de los Estados Unidos. De ahí que se vea obligado a reivindicar lo contrario, aun a riesgo de que el público se desternille de la risa.
El descrédito de Donald Trump es absoluto. Incluso como mentiroso. No sabe hablar sin mentir, amenazar y exagerar. Al principio producía pavor. Ahora la gente se parte de la risa. Él mismo se parte de la risa que produce en los otros. Las mentiras se han convertido en inofensivas. No es el caso de las amenazas, aunque ya se sepa que son tan solo una forma un tanto brusca y barriobajera de iniciar una negociación: si hace un año amenazó a Kim Jong-un con la destrucción total de Corea del Norte y ahora alaba su coraje, ¿quién garantiza que dentro de un año no esté negociando con el régimen iraní al que ahora quiere derrocar? Y en cuanto a las exageraciones, son cuestión de estilo: no sabe hablar de otra forma, nada sale de su boca que no sea excesivo, por amplificación o por disminución, por arrogancia o por desprecio.
La risa es la gran novedad al llegar al meridiano del período presidencial, esos dos años incomparables, declarados como los mejores de toda la historia estadounidense: la Asamblea General de Naciones Unidas así lo entendió cuando respondió con un aplauso sincero a la conformidad presidencial con la carcajada provocada por su exageración. Hace un año sus intervenciones todavía podían suscitar inquietud e incertidumbre. Ahora provocan hilaridad. No son mentiras, son chistes.
Chistes malos, claro está, pero ¡cuidado!, en absoluto inofensivos. Desvían la atención respecto a sus devastadoras amenazas contra el orden internacional, el comercio mundial y cualquier idea de organización multilateral proferidas en el foro dedicado precisamente al mantenimiento de todo lo que él ataca.
Su consigna, patriotismo contra globalización, no es un chiste, sino el anuncio de una campaña mundial en favor de la ley de la selva. Esta contraposición acompañará a su exasesor Steve Bannon, el Trotski de la extrema derecha antimundialista, en su campaña en favor del nacional-populismo para las elecciones europeas.
Hay un salto cualitativo entre la amenaza del pasado año a la aislada Corea del Norte y la del actual a una República Islámica de Irán, que se hallaba en vías de recuperar su conexión con el mundo. En el punto de mira están los otros cinco firmantes del acuerdo nuclear que Trump ha roto (Alemania, Reino Unido, Francia, Rusia y China). Aislar a Irán hace feliz a sus amigos de Israel y Arabia Saudí, pero le sirve también de martillo contra el multilateralismo y el orden internacional detestados.
Esos malos chistes pueden producir hilaridad, pero no debiera producirla quien los cuenta. Al final, una amenaza es siempre una amenaza, que no se desarma hasta que desaparece, tanto más si la profiere un negociante sin escrúpulos. La amenaza a Irán es una apelación apenas implícita a la reanudación del programa nuclear y al regreso de los duros al poder en Teherán, y una invitación a otra guerra regional, tal como la sueñan israelíes y saudíes, justo cuando se está cerrando la de Siria.
Trump entero es una exageración, pero una exageración peligrosa. Y bien útil para el Partido Republicano, que le seguirá sosteniendo aunque haya iniciado su descenso a los infiernos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.