La vida de las piedras
El románico se creó con la repoblación altomedieval y ahora está en la España despoblada
El Premio Nacional de Restauración y Conservación de Bienes Culturales que le acaban de conceder a José María Pérez, Peridis es, más que un premio a una persona y a la Fundación Santa María la Real, de Aguilar de Campoo, que fundó hace 25 años y presidió hasta hace poco, el reconocimiento por el Estado español a una labor pionera en el entendimiento de la restauración y el mantenimiento del patrimonio histórico-artístico diferente al que durante mucho tiempo se tuvo. La lección principal que Peridis, con su fundación en el norte palentino, como el también dibujante Julio Gavín y sus compañeros con su Asociación de Amigos del Serrablo en el Pirineo de Huesca y otros muchos, supongo, a lo largo de la geografía española, ha dado a los españoles, es que la conservación de nuestro ingente patrimonio artístico puede ser, más que un problema, una solución económica. En el caso del arte románico, al que el arquitecto y dibujante de este periódico ha dedicado sus principales desvelos, no solo en la restauración sino en la divulgación de su importancia y belleza a través de los medios de comunicación, esa lección es más que evidente, pues se trata de un arte vinculado a una geografía que está sufriendo como muy pocas el abandono de sus habitantes. Como el propio Peridis ha puesto de manifiesto, el románico, ese arte de nuestra infancia como sociedad, se creó con la repoblación altomedieval y ahora está en la España despoblada.
Dar vida a las piedras es, desde la perspectiva de Peridis, como desde la perspectiva de Julio Gavín y otros muchos, afortunadamente ya comprendidos por sus vecinos aunque no tanto por las Administraciones, me temo, dársela a las regiones donde se encuentran, y no solo cultural y de respeto. También desde la economicista, pues esas piedras abandonadas y decadentes, en ruina o en trance de ello, en su proceso de rescate generan puestos de trabajo que no necesariamente han de contabilizarse en la partida de gastos, pues a medio plazo también generarán un beneficio por su capacidad de atraer a un turismo que en esas geografías no encontraban hasta ahora mayores alicientes, faltas de playas y de aglomeraciones. El Serrablo aragonés, como el norte palentino, dos zonas en trance de desaparición, han visto cómo el románico se ha convertido en su vellocino de oro tras la recuperación y puesta en valor de sus iglesias en semirruina como aquella colegiata de Aguilar entre cuyas piedras el hoy premiado Peridis jugaba de niño y que años después ayudaría a recuperar con la ayuda de los vecinos del pueblo dando inicio desde allí a una labor que al principio podría parecer quimérica pero que el tiempo ha demostrado visionaria, si bien para él no lo fuera entonces, ni mucho menos. La vida de las piedras es también la vida de las personas que las restauran y las conservan y la de las poblaciones que siguen a su sombra.
Por suerte, aquella España sentada sobre las piedras y las tumbas a solas con Dios que alabaron algunos místicos falangistas y que perdura aún en el imaginario de bastantes españoles ha ido dejando paso, gracias a la enseñanza y el ejemplo de gente como Peridis y otras personas anónimas repartidas por todo el país a una mirada del patrimonio más realista y pragmática sin perder por ello el romanticismo que alienta en toda empresa cultural y que tanto tiene que ver con aquellos versos de León Felipe: “Empieza por contar las piedras, / luego contarás las estrellas”.
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