_
_
_
_
LA PUNTA DE LA LENGUA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La ética de la sororidad

Unamuno defendía este significante empleado ahora por el feminismo, y lo usó en ‘La tía Tula’

Álex Grijelmo
Manifestación estudiantil contra la sentencia del caso de La Manada, por el centro de Barcelona.
Manifestación estudiantil contra la sentencia del caso de La Manada, por el centro de Barcelona. © Albert Garcia

Algunas representantes del movimiento feminista están divulgando ahora las palabras “sororidad” y “sororas”, tal vez a partir del inglés sorority.

El significante “sororidad” ya fue utilizado cuatro veces por Unamuno en su novela La tía Tula (1925). En una de esas ocasiones escribía: “No es lo mismo, ni mucho menos, lo paternal y lo maternal, ni la paternidad y la maternidad”, y por tanto “es extraño que junto a ‘fraternal’ y ‘fraternidad’, de frater, hermano, no tengamos ‘sororal’ y ‘sororidad’, de soror, hermana”.

Unamuno defendía “sororidad”, pues, para cubrir una carencia léxica, el amor de la hermana: “Sororidad fue la de la admirable Antígona (…), que sufrió martirio por amor a su hermano Polinices”.

El término inglés sorority, del que parecen venir los actuales usos de “sororas” y “sororidad”, lo define el diccionario Collins (manejo la reimpresión de 1999) como “hermandad de mujeres”, pero esta idea se aplicaba a los movimientos impulsados hace años por las estudiantes en las universidades de Estados Unidos a fin de recoger donaciones benéficas mediante fiestas y otros actos. Aquellas sororities (o “sororidades”) pretendían diferenciarse, obviamente, de las mismas asociaciones formadas por varones, llamadas fraternities o frats.

Por su parte, la antropóloga mexicana Marcela Lagarde utilizó en 1989 la palabra “sororidad” ya sí desde una perspectiva feminista, con el fin de designar la solidaridad entre las mujeres que luchan por sus derechos. Y con ese sentido aparecerá más tarde, en 2002, en un libro conjunto de varias autoras panameñas y en el magnífico ensayo Malas, escrito por la exministra del PSOE Carmen Alborch, quien menciona 19 veces en esa obra la “sororidad” para explicar su nuevo significado (citando precisamente como referencia a Lagarde).

Por tanto, tenemos tres enfoques al respecto: el de Unamuno, que buscaba simplemente un concepto simétrico a “fraternidad”; el de las universidades norteamericanas que alumbraban sororities como grupos caritativos (a la vez que de diversión) formados por mujeres; y finalmente el del feminismo actual, que quizás toma la palabra del inglés pero con un significado distinto.

Desde el punto de vista morfológico, “sororidad” es un vocablo bien formado. Procede de soror, “hermana” en latín; raíz que ha dado también “sororal”. Esta última palabra aparecía ya en diccionarios del siglo XIX como “perteneciente o relativo a la hermana” (si bien la Academia no la incorpora hasta 1984).

Por tanto, la “fraternidad” sería la hermandad entre hombres; y la “sororidad”, entre mujeres; mientras que el propio término “hermandad” acogería a aquella que incluyera a mujeres y hombres.

Esa sororidad tiene sin embargo unos límites éticos, como señala la propia Alborch citando a Amelia Valcárcel. La solidaridad por encima de antipatías no significa que a las mujeres haya de parecerles bien, de forma indiscriminada, todo lo que las otras hagan (véase el caso de Serena Williams). Se trata por tanto de que la palabra “sororidad” no se equipare con el a mí la Legión, tradicional grito mediante el cual todo legionario debe apoyar al compañero que se halle en un conflicto…, tenga razón o no.

Ésa tal vez sea la clave para que millones de hablantes interpreten como positivo, y no como corporativista, este nuevo vocablo relacionado con la imprescindible lucha por la igualdad.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Álex Grijelmo
Doctor en Periodismo, y PADE (dirección de empresas) por el IESE. Estuvo vinculado a los equipos directivos de EL PAÍS y Prisa desde 1983 hasta 2022, excepto cuando presidió Efe (2004-2012), etapa en la que creó la Fundéu. Ha publicado una docena de libros sobre lenguaje y comunicación. En 2019 recibió el premio Castilla y León de Humanidades

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_