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Tribuna
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El medio plazo y las analogías históricas

Existe una deliberada manipulación de las causas de la llegada de la República en 1931. Ni la dignidad ni la memoria republicana merecen quedar degradadas a ser la marca blanca del independentismo catalán

Jordi Gracia
NICOLÁS AZNAREZ

Los fogones se han puesto a toda castaña al final del verano porque el fuego es la única salida apta que le queda al unilateralismo. Sus incendios florales y retóricos, sus provocaciones descaradas, la instrumentalización política de causas judiciales no son sorpresa para nadie ni habría que sobrestimarlos como actos políticos. Al unilateralismo se le ha girado la tortilla en los últimos meses de mala manera, y enderezarla va a pedir mucha tralla. No ha sabido sofocar sus discrepancias internas y no ha frenado la distancia cauta pero real que ERC ha mantenido, a pesar de que la prueba de fuego se va a vivir en el ciclo épico que va del 11 de septiembre al 27 de octubre con el 1-O en medio.

Sin ese calendario, los fogones andarían a medio tiro y sin mucho ruido, pero se trata de lograr exactamente lo contrario: fingir que nada ha cambiado, identificar al PP con el PSOE, dramatizar la más mínima acción o gesto y sustituir la realidad de los hechos por el relato de la víctima.

Puede que sea eficaz para aumentar el respaldo de los catalanes al independentismo unilateral. Me parece, sin embargo, que nada invita a creer en ese aumento de la base social a corto plazo. Altos cargos y representantes muy simbólicos del procés siguen en la cárcel, ahora en cárceles catalanas, pero hay un expresidente que cohabita virtualmente en la presidencia de Quim Torra desde la distancia, con cobertura material y una libertad de movimientos envidiable.

Ignoro la vivencia íntima de quienes están encarcelados por las mismas causas, pero no me sé quitar de la cabeza la hipótesis de que Oriol Junqueras un día recordará en voz alta que sigue ahí para hacer saber, como dijo en media línea de un discurso de hace unos meses, que la ruta por la que aspiró a la independencia unilateral de Cataluña estaba dañada desde el principio. No lo estaba a causa de las porras del 1 de octubre, ni por la represión de un Estado semifranquista contra la indefensa sociedad catalana, ni por la acción represiva del poder ni tan solo por una financiación que maltrate a la Generalitat. Junqueras y ERC pueden haber madurado la sospecha de que los pasos dados en octubre condujeron a un debilitamiento de la causa independentista tanto en términos simbólicos como de legitimidad o electorales.

Es verdad que el triunfalismo y el tono faltón y matón de algunos dirigentes actuales de la Generalitat, incluido el dirigente virtual, podría hacer sospechar la prepotencia de quien tiene todos los ases en la manga. Me parece que es publicidad y propaganda bien combinadas, y a veces cuesta entender el caso que los medios hacemos a cada trapo rojo que envía el independentismo unilateralista para sentirse vivo.

El unilateralismo vivirá su prueba de fuego en el ciclo épico que va del 11-S al 27 de octubre con el 1-O en medio

Es natural que un Ciudadanos descolocado y fuera de foco desde la moción de censura deba acudir a formas noctámbulas y efusivas de protesta, y también es natural que el epigonismo reaccionario del aznarista Pablo Casado reclame una nueva aplicación del 155 porque la pérdida del poder a veces comporta también la pérdida de la sensatez.

Sin embargo, no veo a Pedro Sánchez ni a Meritxell Batet ni a Josep Borrell ni a Miquel Iceta perdiendo los papeles y los nervios por declaraciones fogosas del unilateralismo sin otro camino futuro que la provocación y la dramatización de cada causa, cada hecho y cada nimiedad. Los veo más bien tasando con cuidado las respuestas a las acciones retóricas y al vandalismo verbal, aunque los titulares de esas palabras sean altos cargos de la Generalitat, o precisamente por serlo. Sin esa escalada amarilla y amarillista, el unilateralismo se queda sin teatro, sin guion y sin escenario de futuro: se queda sin fogones.

Por eso quizá vale la pena reparar en una estrategia a medio plazo más peligrosa y más inquietante. Todavía es solo un rumor, pero podría dejar de serlo si se afianzan los planes más acelerados del unilateralismo vestido de República. Las elecciones municipales de mayo de 2019 podrían ser su 14 de abril de 1931 y la interminable lista de municipios pequeños y medianos de la Cataluña profunda y hermosa con alcaldes independentistas podría transmitir la sensación de una unanimidad independentista inexistente, como ya sucede ahora con la Asociación de Municipios por la Independencia (AMI).

Cuesta entender el caso que los medios hacemos a cada trapo rojo que envía el independentismo

La analogía histórica es el recurso de los más torpes ante la complejidad singular de los procesos históricos. Pero también es el recurso de los más cínicos. La buena fe de mucha gente podría asumir el paralelismo entre unas elecciones municipales que acabaron con una Monarquía alineada con la dictadura de Primo de Rivera al final de la larga Restauración y una Monarquía corrompida en una larga agonía franquista llamada Transición.

Es un juego tentador para la inofensiva cabriola de laboratorio, pero es auténtica dinamita usada políticamente porque el paralelismo nace de una deliberada deformación y una manipulación indecente de las causas de la irrupción de la República en 1931, estrechamente asociada precisamente a la democracia y al fin de la Restauración. Aquella República buscaba fabricar un régimen de libertades y un Estado de derecho muy parecido al actual, no acabar con él. Para eso ya estaba Franco.

Ese republicanismo coyunturalista no estaría liberándose de una democracia disfuncional o averiada, sino engendrando un régimen republicano de matriz autoritaria y con la perversa función de acallar la disidencia interior de más de la mitad de los catalanes, monárquicos o republicanos, da igual. No sería el fin de la democracia en España, sino el inicio de una victoria. Oriol Junqueras dejaría de estar en la cárcel, seguramente, pero quizá prefiriese volver a ella ante la desvergüenza de un movimiento político destinado a proteger al expresident de la Generalitat y a imponer el criterio de la minoría social por puertas falsas e inaceptables en democracia. Ni la dignidad ni la memoria republicana merecen quedar degradadas a ser la marca blanca del independentismo.

Junqueras ha cubierto ya amplia e innecesariamente su cuota de penitencia por promover la declaración unilateral de independencia en lugar de llamar a las urnas. Hoy es libre de recordar que el precio pagado por unos y por otros ha sido muy diferente. Mientras Puigdemont dirige las operaciones del unilateralismo desde Waterloo, Junqueras restaña heridas y aspira a la oportunidad de ampliar la base social del independentismo.

Junqueras lo hace desde la legitimidad de un sistema democrático y desde la cárcel, Puigdemont lo hace desde el desacato a la propia legislación catalana y con el fin de alcanzar no la demanda mayoritaria de una República independiente, sino el sistema que anule las causas que explican su puesto de mando a distancia.

Jordi Gracia es profesor y ensayista.

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.

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