La oposición está en el currículum
Si algo se había demostrado en los anteriores casos de másteres de la Rey Juan Carlos es que es arriesgado moverse cuando no se conoce aún qué es más peligroso: lo que ya se sabe, o lo que todavía no.
Hubo un momento dramático en la entrevista que la periodista Pepa Bueno hizo a la ministra Carmen Montón en la SER; ocurrió cuando Bueno le preguntó si iba a dimitir por las irregularidades de su máster denunciadas por eldiario.es y Montón dio a entender que no lo sabía. Por supuesto, no llegó a decir eso: dijo que no había cometido ninguna irregularidad. Se insistió en la pregunta, y la ministra no pudo responderla. En ese momento, su destino estaba no solamente en el aire; lo que también estaba en el aire era su voluntad, que es exactamente en lo que consiste la política: que tengas que tomar por ti misma las decisiones de otros. Entonces, a esa hora de la mañana, Montón sabía tanto de ella como los oyentes. Se encontraba ya entonces en ese momento en que David Carradine es víctima a manos de Uma Thurman de los cinco puntos de presión de Pai Mei: uno puede caminar cinco pasos antes de desplomarse. No llegó a dos.
Más allá de las diferencias, había algo fundamental que unía los destinos de políticos tan dispares como Cristina Cifuentes, Pablo Casado y Carmen Montón; los tres denunciaron maniobras en la oscuridad para facilitarles sus másteres. Un comando universitario bajo investigación que se había dedicado en los últimos tiempos a conseguir, a sus espaldas, los aprobados a gente en puestos de poder y a cumplir la ley con quienes, por falta de recursos, de asistencia o de nota, se quedaron por el camino. Ese delicado universo siempre se saldó, por parte de los protagonistas, con la excusa de que no sabían que alguien estaba velando por ellos y, cuando se enteraron, no denunciaron. Pueden decir, como Salinger, aquello de “soy una especie de paranoico a la inversa. Sospecho que las personas conspiran para hacerme feliz”. Víctimas de la buena voluntad de desconocidos que entran en los sistemas informáticos para cambiarles las notas; dónde hay que echar la solicitud para que lo hagan con mi vida.
Este artículo, que estaba enviado a las ocho de la tarde, decía: “Al apoyo que Sánchez ha dado en el Senado a Montón hay que ponerlo en cuarentena, como cualquier noticia procedente del Gobierno; se trata, este, de un Gabinete en continua interacción con el VAR, con el estadio parado pendiente de la repetición no de la jugada sino de la reacción del público: según como sea esta, se rectifica o no”. Media hora duró la frase; Sánchez, unos minutos más. Eso sí, si la principal línea de defensa tenía que ver con la gestión de la ministra, Sánchez estaba redibujando el campo de juego que tenía que ver con la regeneración política y los anunciados cargos públicos limpios de polvo y paja: ¿por qué no tuvo Màxim Huerta la oportunidad de gestionar su cartera, si lo que importa es su trabajo y no la ética con que se haya guiado o no fuera de él? Pero sobre todo aquí se decía, caducada la frase por la realidad, que si algo se había demostrado en los anteriores casos de másteres de la Rey Juan Carlos es que es arriesgado moverse cuando no se conoce aún qué es más peligroso: lo que ya se sabe, o lo que todavía no. Ni siquiera con toda la chorra del mundo, que es como yo voy sobreviviendo en este oficio, pude saber que minutos más tarde todo se iba a cumplir por causas tan vulgares que da miedo pensar qué pasaba por la cabeza de la ministra cuando aceptó el ministerio con un máster semirregalado y un TFM plagiado, según La Sexta. Sí lo que pasaba por su cabeza cuando Pepa Bueno le preguntó si le dejaba fotocopiar el trabajo y ella dijo que no, pero no tenía problema en dejarlo para que lo leyesen. La única condición, sospechamos ahora, es que el cuarto no tuviese wifi.
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