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Columna
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El peligroso dilema de la derecha

La batalla se libra hoy entre demócratas europeístas (de izquierda centro y derecha), y populismo ultra y antieuropeo

Xavier Vidal-Folch
El diputado alemán Manfred Weber.
El diputado alemán Manfred Weber.HANS PUNZ ( APA / AFP)

La canciller Angela Merkel y su democracia cristiana (centro-derecha), CDU, se proponen avalar hoy oficialmente al eurodiputado Manfred Weber —de la derecha-derecha democristiana bávara— como supercandidato del PP continental al Parlamento Europeo en mayo de 2019. Weber tendría así muchos números para suceder al socialcristiano Jean-Claude Juncker (la izquierda de la derecha) al frente de la Comisión.

La elección del PPE, que incluye esas tres derechas, es estratégica para Europa, dado el declive socialdemócrata. La batalla se libra hoy entre demócratas europeístas (de izquierda centro y derecha) y populismo ultra y antieuropeo. Y plantea el gran dilema a las derechas. O plantar cara a la ultraderecha xenófoba, como hizo la liberalísima Angela Merkel cuando la oleada migratoria en 2015, a riesgo de recibir sus mordiscos electorales.

O intentar seducirla para integrarla, con el propósito de no dejar nada a su flanco derecho. Que es la apuesta del atildado canciller austriaco Sebastian Kurz, al formar Gobierno con los herederos del neonazi Jörg Haider. O la pulsión del ministro del Interior de Berlín, el bávaro Horst Seehofer, en sus escarceos con Kurz y los parafascistas de Hungría Víktor Orban (PP) y el italiano Matteo Salvini (de la lepenista Lega).

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El riesgo es que, de seductora, la democracia cristiana se convierta en seducida —y secuestrada— por la ultraderecha. Ya ocurre con Seehofer, que aplaude a los manifestantes de Chemnitz y les lava la etiqueta de nazis, olvidando sus cruces gamadas.

Weber tampoco propone doblegar a los extremistas, sino “trabajar juntos y encontrar un punto en común”, como dijo en su inquietante entrevista (EL PAÍS del viernes). El riesgo es más bien dejarse doblegar. Lo tiene fácil, como neoliberal extremo en lo económico; ultraconservador en lo ideológico-religioso, y militante del Norte egoísta frente al Sur vulnerable.

El aspirante es un político profesional. Pero no un gobernante. No ha acreditado que sepa gobernar, nunca lo ha hecho, contra la buena tradición de todos los presidentes de la Comisión desde Walter Hallstein (1958). Quizá por eso luce una frivolidad cósmica, al comprometerse a dar la “respuesta a un problema que afecta a tanta gente como es el cáncer” en “cinco o seis años”. Podría propugnar más fondos para la investigación (ya es una de las enfermedades más priorizadas), o mejor gestión de la coordinación médica (ya excelente). Pero nunca prometer lo que jamás dependerá de él. Eso también es populismo.

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