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La historia de las 15 canciones “sucias” que se intentaron prohibir en Estados Unidos

A mediados de los ochenta, un grupo de mujeres preocupadas por los mensajes sexuales y violentos del pop y el rock iniciaron una ofensiva para censurarlas y triunfaron... a medias

"¡Las víctimas no están siendo escuchadas!" o "¡Soy una víctima del rock!" son algunos de los mensajes que portaban los que protestaban en Washington durante la audiencia en el Senado para censurar y regular el lenguaje en las canciones en 1985. Llevan una revista con los miembros de Mötley Crüe, uno de los grupos de 'la lista negra'.
"¡Las víctimas no están siendo escuchadas!" o "¡Soy una víctima del rock!" son algunos de los mensajes que portaban los que protestaban en Washington durante la audiencia en el Senado para censurar y regular el lenguaje en las canciones en 1985. Llevan una revista con los miembros de Mötley Crüe, uno de los grupos de 'la lista negra'.Getty Images
Guillermo Alonso

Estamos en 1984. Muchas madres conservadoras fruncen el ceño en casa cada vez que por la radio suena una canción que supera su umbral de la ofensa, que aparentemente tienen muy bajo. Pero hay cuatro de ellas que son importantes, esposas de hombres metidos en política y epítome de la dama elegante con poder en Washington: peinados cuidados y arquitectónicos, ropa elegante y pulcra, pendientes de oro, collar de perlas. Las mujeres son Tipper Gore (esposa del senador Al Gore, posteriormente vicepresidente de Clinton y candidato a la presidencia en 2000, que perdió contra George W. Bush), Susan Baker (esposa del Secretario del Tesoro de los Estados Unidos, James Baker), Pam Howar (esposa del magnate inmobiliario Raymond Howard) y Sally Nevius (esposa del abogado metido en política John Nevius).

“Las peticiones de la PMRC son una tontería mal concebida que no trae beneficios reales a los niños, infringe las libertades civiles de las personas que no son niños y va a mantener a los tribunales ocupados durante años” Frank Zappa

Las cuatro deciden formar una asociación llamada Parents Music Resource Center (PMRC), que se traduce como Centro de Información Musical para Padres. “Lo empecé porque un día mi hijo de siete años llegó a casa cantándome una letra de Madonna y preguntándome qué significaba”, contó Susan Baker. La canción era Like a virgin. Tipper Gore, por su parte, tuvo su momento de revelación cuando decidió regalar a su hija la banda sonora de Purple rain, de Prince. Un gran error para una madre tan preocupada por el decoro: la película a la que pertenecía esa banda sonora había sido calificada en los cines norteamericanos como R (“restricted”), o sea, para mayores de 18 años. En la banda sonora de Purple rain estaba la canción Darling Nikki, que empieza así: “Conocí a una chica llamada Nikki, se podría decir que era una adicta al sexo./ Me la encontré en el vestíbulo de un hotel masturbándose con una revista”.

Gore, Baker, Howard y Nevius, cada una con su propia historia de terror doméstico por lo que sus hijos habían escuchado en la radio, decidieron comenzar una campaña y enviaron misivas a la RIAA (la asociación de la industria discográfica de Estados Unidos) y a más de cincuenta compañías discográficas. En ellas pedían, o bien que dejasen de producir música con mensajes tan nocivos para los menores, o bien que creasen una clasificación como ya existía en el cine para que los padres supiesen si un disco era apto o no para que lo escuchase un menor.

Sally Nevius (izquierda) y Tipper Gore (derecha), dos de las cuatro mujeres que formaron la PMRC, durante la audiencia en el Senado.
Sally Nevius (izquierda) y Tipper Gore (derecha), dos de las cuatro mujeres que formaron la PMRC, durante la audiencia en el Senado. Getty Images

Hasta aquí todo podía tener sentido. Indicar a los padres si un disco era o no adecuado para los oídos de un niño era una decisión que podría entender el más libertario. Pero entonces la PMRC se sacó de la manga algo que ha quedado para los anales de la infamia en la historia de la música y la libertad de expresión: la lista de “las quince sucias”.

“Las quince sucias” (o “the filthy fifteen”) es la lista que conformaban quince canciones que Gore, Baker, Howard y Nevius consideraban nocivas para los menores. Eran las siguientes:

Darling Nikki, de Prince

Sugar walls, de Sheena Easton (también compuesta por Prince)

Eat me alive, de Judas Priest

Strap on ‘Robbie Baby, de Vanity

Bastard, de Mötley Crüe

Let me put my love into you, de AC/DC

We’re not gonna take it, de Twisted Sister

Dress you up, de Madonna

Animal (Fuck like a beast), de W.A.S.P.

High ’n’ Dry (Saturday Night), de Def Leppard

Into the coven, de Mercyful Fate

Trashed, de Black Sabbath

In my house, de Mary Jane Girls

Possessed, de Venom

She bop, de Cyndi Lauper

La lista resultaba, sencillamente, delirante. Estaba formada por artistas de pop de primera línea que vendían cantidades millonarias de discos y bandas de heavy metal o rock duro, algunas tan conocidas como AC/DC o Black Sabbath. La letra de Sugar walls, de Sheena Easton, es pura simbología: esas “paredes de azúcar” se refieren a la vagina, sí, y la letra es una invitación abierta al amante para que las visite. Pero a esa conclusión solo podría haber llegado un adulto. Ante un niño, Sugar walls dibuja un paisaje de caramelo y fantasía casi digno de Disney.

Uno de los carteles que se podían leer durante la campaña de presión de la PMRC: "¡La música rock destroza a los niños!".
Uno de los carteles que se podían leer durante la campaña de presión de la PMRC: "¡La música rock destroza a los niños!".Getty Images

La letra de Dress you up, de Madonna, habla, para el oyente casual, de moda. Madonna compara su amor con el calor y el tacto que da la ropa cara “hecha a medida en Londres”, por ejemplo. Enfrentada a lo que puede cantar hoy una artista que triunfe entre los adolescentes es puro naif. También She bop, de Cyndi Lauper, es todo eufemismo: habla de la masturbación, sí, pero la letra es casi inescrutable para alguien que la escuche sin saber ese dato de antemano. Muchísimo menos un menor.

El resultado de todo esto es que estas canciones ganaron más popularidad de la que ya tenían. She bop había sido número tres en las listas de sencillos estadounidenses en 1984. Sugar walls fue número nueve ese mismo año. En 1985, después de haber sido incluida en la lista de “las quince sucias”, Dress you up, de Madonna, llegó al cinco (todo un logro para una canción que era ya el quinto sencillo extraído del álbum Like a virgin).

Más paradójico es lo que ocurrió con las canciones de heavy metal, de letras y títulos muchísimo más explícitos que esos inocentes caramelos pop: estar incluidas en la lista de “las quince sucias” les sirvió como plataforma y altavoz. La de Judas Priest, por ejemplo, Eat me alive (Cómeme vivo) narra una sesión de sexo: "Suena como un animal./ Jadeando rítmicamente./ Gimiendo en la zona de placer./ Jadeando por el calor".

Dee Snider, del grupo heavy Twisted Sister, uno de los rockeros que testificó.
Dee Snider, del grupo heavy Twisted Sister, uno de los rockeros que testificó.Getty Images

“Estoy convencido de que una de las razones por las que el rock metalero tuvo un ascenso tan fulgurante en los ochenta fue porque la PMRC les prestó atención”, declararía más tarde un popular pinchadiscos de Washington, Cerphe Cowell

Las cuatro fundadoras de la PMRC iniciaron una gira por Estados Unidos que culminó con una audiencia pública en el Senado que se convirtió en un auténtico show: las respetabilísimas Susan, Pam, Sally y Tipper, vestidas como las esposas de Las poseídas de Stepford, compartiendo tribuna con el roquero Dee Snider, líder de Twisted Sister –uno de los grupos incluidos en la lista de “las quince sucias”– y su camiseta negra sin mangas, cruz al cuello, pelo largo y alborotado y ojos con sombra de maquillaje oscuro. “No han entendido ustedes mi disco –afirmó–. ¡Hablaba del miedo a la cirugía!”, dijo Dee Snider.

El momento en que Frank Zappa le pide a un periodista que "bese su culo" en un debate en la CNN.

Estados Unidos asistía dividido y asombrado a este juicio a la cultura popular, un nuevo intento de higienización y blanqueamiento de la cultura que recordaba peligrosamente a la guerra abierta contra los cómics que en los años cincuenta inició el sombrío psiquiatra Fedric Wertham con su libro La seducción de los inocentes.

Muchos de los artistas que fueron objetivo de la PMRC en su lista siguieron cosechando éxitos (algunos en la actualidad, como Madonna o AC/DC), pero otros se quejaron de sufrir problemas con sus compañías o de recibir incluso amenazas de muerte por parte de grupos ultraconservadores

De nuevo los niños eran utilizados para que la sociedad depurase sus propios complejos. El roquero Frank Zappa, que también participó en la audiencia en el Senado, defendió la libertad de expresión de los músicos y afirmó que las peticiones del PMRC “son equivalentes a tratar la caspa decapitando al que la sufre”. Añadió que eran “una tontería mal concebida que no trae beneficios reales a los niños, infringe las libertades civiles de las personas que no son niños y va a mantener a los tribunales ocupados durante años”. A favor de la libertad en la música también testificó el malogrado cantante John Denver, que falleció en un accidente de avión en 1997 con solo 53 años.

El debate, como siempre ocurre, saltó a la televisión. Zappa fue una de las presencias más habituales en los debates organizados en cadenas como la CNN. Durante uno de ellos le espetó a un periodista del Washington Post crítico con su postura: “¿Por qué no me besas el culo?”. El momento, tal vez el más simbólico y recordado de todo aquel circo mediático, tiene hoy un millón y medio de visionarios en YouTube. 

Como resultado, el Senado aprobó que a partir de entonces los discos que incluyesen lenguaje explícito (un “fuck” ya lo hacía explícito) o contenido “ofensivo” en sus letras llevasen una señal en su portada. Se trata del famoso “Parental Advisory: Explicit Content” (Aviso para los padres: contenido explícito) que muchos de los discos que tenemos en casa llevan en su portada. Y mientras muchos de los artistas que fueron objetivos de la PMRC en su lista siguieron cosechando éxitos (algunos en la actualidad, como Madonna), otros se quejaron de sufrir problemas con sus compañías o de recibir incluso amenazas de muerte por parte de grupos ultraconservadores. 

Tipper Gore continuó con una carrera política que, curiosamente, no obedece a esa imagen de mujer ultraconservadora que dio durante sus días en la PMRC (que, por cierto, fueron brillantemente parodiados en Los Simpson en aquel episodio en el que Marge se unía a un grupo de madres indignadas que querían prohibir la serie de dibujos Rasca y pica): Gore creó y apoyó campañas para concienciar sobre las enfermedades mentales, los sintecho, la comunidad LGTB y la lucha contra el sida.

La PMRC se disolvió a mediados de los noventa y la señal de “Parental Advisory” está casi obsoleta hoy, en un momento en que el formato físico en la música apenas tiene circulación. Eso sí, en medios como Spotify, los avisos continúan. Cada canción explícita lleva un aviso junto a su nombre y los padres pueden configurar la cuenta de sus hijos para que no puedan escuchar este tipo de canciones. La compañía aclara, eso sí, que esa etiqueta se la aplica la compañía discográfica dueña de los derechos del tema, no ellos, e incluye una opción para reportar canciones que no estén señaladas como explícitas, pero los padres consideren poco apropiadas.

Por cierto: de todas las canciones que formaban parte de la lista de “las quince sucias”, solo una de ellas, Animal (Fuck like a beast), de WASP, tiene hoy la señal de “explícita” en Spotify. La forma de consumir música ha cambiado y, aparentemente, nuestro umbral de la ofensa también.

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Sobre la firma

Guillermo Alonso
Editor web de ICON. Ha trabajado en Vanity Fair y Telecinco. Ha publicado las novelas ‘Vivan los hombres cabales’ y ‘Muestras privadas de afecto’, el libro de relatos ‘La lengua entre los dientes’ y el ensayo ‘Michael Jackson. Música de luz, vida de sombras’. Su podcast ‘Arsénico Caviar’ ganó el Ondas Global del Podcast 2023 a mejor conversacional.

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