"El matrimonio es el arma más endeble para el deseo". Jeanette Winterson
Hay quien en vez de suspirar de satisfacción, exhala un lamento que convierte en su propio mantra. Los convierten en coletilla. Cuando alguien suspira, parece que se libera de cierto rebose de felicidad, pero cuando se escuchó un "¡Ay, Señor!", se asume que la persona parapetada detrás de ese lloriqueo, sufre. Sufre mucho. Pregúntense cuántas personas conocen reclamando su condescendencia por este método. Y cuántas no tienen ningún motivo para tanto sufrimiento. La coletilla sufriente, la llamo. El quejido de la abuela, el "¡Hostias ya!" del padre, el "mierda" perenne frente al ordenador del compañero de trabajo. El escudo para no salir de una zona de confort que se aborrece, pero de la que no se escapa, no vaya a ser que haya que ser honesto con uno mismo y cambiar de vida.
Cada vez que escucho una de esas letanías intento alejarme de la persona que la profiere. No siempre tengo la suerte de poder hacerlo.
Los sufridos dolientes que se quejan por las esquinas ni siquiera aspiran al consuelo. Recuérdenlo la próxima vez que se desesperen escuchándolos
El deseo es la llave que todo lo abre. La gasolina que mueve nuestra vida sexual. Hay quien reclama el deseo ajeno exigiendo que se haga efectivo cuanto antes, como si realmente llegaran a creerse que disponen de una pastillita que todo lo arreglaría. Reinventamos el concepto de deseo el día que dejamos de sufrir tanto; respetamos el deseo ajeno el día que somos capaces de aceptar todo lo que deseamos nosotros mismos.
Cojan un papel y un boli y hagan una lista con los nombres de las personas con las que desearían perpetrar sus deseos sexuales describiendo cada uno de estos. Al margen de su situación personal y sentimental, sumando en vez de restando. No necesito que aireen sus pecados, solo reclamo que sean conscientes de su existencia. Cuando me masturbo, elijo a los asistentes a mi propio espectáculo. Me pone muy cachonda elegir quiénes serán los que, esta vez, se reunirán a mirarme a través de la cortina del baño mientras acerco el chorro de agua entre las piernas y me deshago imaginando a mis invitados igualmente excitados.
Deseamos a nuestro antojo. Y el deseo es la base de las relaciones sexuales que alimentamos, disfrutamos o extinguimos. Exceptuando honrosas excepciones, estoy rodeada de personas consecuentes con sus propios deseos, lo cual agradezco. La mayoría de las personas con las que me relaciono no sigue con la misma pareja con la que las conocí. Llevo reguleras escuchar plegarias al señor mientras se cocina y prefiero que cada uno revise el significado que quiere darle al deseo, para que calibre si se justifica quejarse tanto. Saber por qué se desea es básico para entender los deseos ajenos. En mi caso, es más fácil que llamen mi atención si escriben con punto y coma en WhatsApp que si me mandan una fotopolla, pero no seré yo la que se extrañe de calentones ajenos. A menos que parezcan esculpidos por Bernini, dudo mucho que verles la verga enhiesta vaya a ponerme cachonda, así, en frío. Y tengo que preguntar, pero creo que por tallar pollas no destacó el creador del Barroco. Ya me hubiera gustado, porque viendo lo que fue capaz de hacer con el rapto de Proserpina, imagino esculturas por las que querría restregarme. (¿Saben si eso es legal? Me interesa).
El deseo se fermenta. Lo alimentamos cada vez que apostamos por tenernos mutuamente ganas. Hay quien desea a una de sus exparejas así pasen cien años. Exnovios que siguen formando parte de nuestro círculo de amistades y a los que imaginamos de nuevo hincándonosla buscando el gemido largo. Exparejas a las que nos pegamos aspirando a salir en el mismo plano de la foto con la que recordaremos aquel verano. Háganse un favor e intenten dejar un buen recuerdo más que pasar a la historia por no haber podido ser olvidados. Si me cruzo contigo, con el que apenas tuve un quiebro, prefiero que nos brote una sonrisa al ubicarnos mutuamente en el pasado. Si se te pone dura, lo mismo negociamos; solo tendrás que volver a currártelo. ¿Desean a sus amigos? ¿Se masturban pensando en compañeros de trabajo? ¿Tienen una vecina a la que gustarían de lamer entre las piernas? ¡Felicidades! Eso es lo mejor del deseo. Que nos da literatura.
Los sufridos dolientes que se quejan por las esquinas ni siquiera aspiran al consuelo. Recuérdenlo la próxima vez que se desesperen escuchándolos.
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