Hijos de la muerte indiscriminada
Decenas de niños protestan en Saná, en el norte de Yemen, por la muerte en un ataque de la coalición saudí de 40 menores que estaban de excursión
La niña responde que lo que le pasó es que unos misiles la atacaron. También a su hermano Ibrahim, dice, mientras graba la cámara de un reportero norteamericano. Ella sobrevivió. Ocurrió en Yemen y podría ser el testimonio de uno de los menores supervivientes del bombardeo que el pasado jueves segó la vida de 40 niños en Saada, en el noroeste del país árabe. Pero no lo es. Es un fragmento escalofriante del filme Dirty Wars (Guerras sucias), un documental estrenado en 2013 en el que el periodista Jeremy Scahill se pregunta sobre lo que deja la muerte indiscriminada de bombardeos de, en este caso, Estados Unidos, sobre todo en las mentes de los niños que la presenciaron. ¿Quiénes serán ellos mañana?
¿Cómo serán las decenas de niños que acudieron ayer a las oficinas de la ONU en Saná para gritar en contra del ataque en Saada de la coalición liderada por Arabia Saudí? Muchos portaban fotografías de los cadáveres destrozados de otros jóvenes de su edad. La cadena estadounidense CNN emitió unas imágenes de algunos de los menores que murieron en el bombardeo. En el metraje, grabado por uno de ellos, Osama Zeid Al Homran, se ve a los niños montados en el autobús que les iba a llevar a una de las excursiones más esperadas del verano. “Debido a la guerra”, explica Yahya Hussein, profesor de 40 años, “muchos de los parques o jardines están destruidos”.
Y por eso se los llevó a un cuidado y frondoso cementerio de víctimas de la guerra, del bando rebelde Huthi. No pueden parar ni permanecer sentados. Son niños. En cuanto pueden, echan a correr al verde del campo santo. Es cuando van a emprender el camino de vuelta cuando un estruendo revienta la excursión. El profesor Hussein llegó tarde y salvó la vida. Zeid al Homran, el pequeño camarógrafo improvisado, murió junto a otros 39 compañeros. Arabia Saudí mantiene que el ataque fue “legítimo” y que su objetivo eran los Huthi, a los que culpan de entrenar a menores.
Durante el reportaje, Scahill recoge el testimonio de uno de los hijos de un policía afgano, muerto en un ataque de fuerzas estadounidenses en un aparente error. El joven afirma que si no fuera por las súplicas de sus hermanos se abrocharía un cinturón de explosivos. Hubiera sido su respuesta.
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