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Columna
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La corrupción y sus aromas

Hoy los pícaros no tienen lugar en la política española; esto es lo que no ha entendido Pablo Casado

Francesc de Carreras
Pablo Casado, presidente del Partido Popular.
Pablo Casado, presidente del Partido Popular.PAU BARRENA (AFP)

La corrupción es, desde hace años, uno de los grandes protagonistas de la política española. Razones ha habido para ello y, además, ¿quién puede defender la corrupción? Ni los que la practican asiduamente en su vida privada se muestran favorables, incluso a veces son quiénes más se escandalizan, hipócritamente, en público.

Sin embargo, es evidente que podemos distinguir entre la gran corrupción, las tramas que sistemáticamente obtienen beneficios valorados en millones de euros, y la pequeña corrupción, la de los simples trapicheos y corruptelas. Entre los primeros encontramos los casos más sonados: Gürtel, familia Pujol, 3%, Lezo, ERE, Rato… Entre los segundos, recientemente destacó el caso Cifuentes y, ahora, el de Casado, ambos relacionados con la universidad. En el bien entendido que muchos de estos casos están pendientes de un fallo judicial definitivo y amparados, en consecuencia, por la presunción de inocencia.

No obstante, la opinión pública —ese ente gaseoso e inconcreto— ha dicho un no rotundo a la corrupción de los políticos, sea grande o pequeña, con valor económico o sin él. No es necesario que exista un delito, la simple irregularidad administrativa o, todavía más, la mentira en el comportamiento de un político, también se considera corrupción. ¿Nos estamos pasando? Creo que no, tras el vendaval de los últimos años pienso que estamos en la buena dirección.

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Un político no puede ser acusado por meras sospechas, sin prueba alguna, pero si existen hechos con aroma de corrupción, con razonable apariencia que algo incorrecto se ha cometido, hay que pedirle responsabilidades, aunque no sean jurídicas. No se trata de saber si se ha cometido o no un delito, se trata de que el político, al no demostrar ejemplaridad, ha perdido la confianza.

El político no merece confianza si en el pasado, sin haberlo confesado motu proprio y públicamente, cometió irregularidades menores pero irregularidades al fin. El ciudadano piensa, con razón, que si en un momento de su vida hizo esto, puede repetirlo. Hoy los pícaros no tienen lugar en la política española.

Esto es lo que no ha entendido Pablo Casado. Media carrera en un año, un máster con 18 asignaturas convalidadas entre 22, un curso de Harvard pero cursado durante cuatro días en un campus de Madrid, todo esto, en un currículum, no tiene un pase. Encontrándose en esta situación, el congreso del PP fue imprudente al elegirlo, lo que está pasando tenía que pasar. Casado, con un buen porvenir como político, no estaba en condiciones de asumir un papel estelar, más todavía con el precedente de Cifuentes. Teodoro García, su segundo de a bordo, dijo ayer que en el PP hay presidente para rato y que Casado está para quedarse. Veremos.

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional y fundador de Ciudadanos.

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