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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¡Estalló la guerra!

Por muy desarrollado que esté un país, nunca debe dejar de contribuir a la estabilidad. Sin importar dónde estemos, la paz nunca debe ser dada por sentada

El puente de Mostar, destruído durante la guerra de los Balcanes y restaurado posteriormente, conecta las dos partes de esta ciudad bosnia, una de las que más sufrió durante la guerra.
El puente de Mostar, destruído durante la guerra de los Balcanes y restaurado posteriormente, conecta las dos partes de esta ciudad bosnia, una de las que más sufrió durante la guerra.Amel Emric (AP)
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Ciertas regiones ricas piensan haber erradicado todos los problemas a los que los países en vías de desarrollo aún se enfrentan hoy. Y se equivocan.

Estos ricos se enojan cuando les confrontan a su error: en el año 2004 fue concedido el premio nobel de literatura a Elfriede Jelinek. En sus novelas, esta escritora describe cómo en “el primer mundo” aún existe la violencia machista (Lust), el abuso hacia la infancia (Los excluidos) y el maltrato intrafamiliar (La Pianista). Tras concederle el importante galardón, llovieron las críticas: a Jelinek le tacharon de loca y a la academia sueca, de haber perdido el norte.

Dubrovnik está en la costa adriática de Croacia. En esta abarrotada ciudad turística es difícil encontrar sitio en los restaurantes. Buscando maximizar el espacio (y reducir el tiempo de espera), los camareros hacen compartir mesa a clientes que no se conocen. Mi grupo de acompañantes forzosos de cena y yo congeniamos sorprendentemente bien. Acabamos conversando y compartiendo nuestras respectivas experiencias en la ciudad.

Frédéric es un ciudadano francés que vino hasta Croacia de vacaciones. Tras acabar su plato principal, nos expone sus impresiones: “Para mí, las guerras eran algo del pasado, algo que ya no pasa… Y aquí estoy, cenando con una persona más joven que yo que tuvo que abandonar su ciudad al estallar una” —nos comenta Frédéric— “y no hablo de alguien de un continente remoto, me refiero a un europeo como tú y como yo”. Se refiere a Stephan, un croata de 35 años que comparte nuestra mesa y que se ha mudado a Dubrovnik atraído por las oportunidades laborales de un lugar tan turístico como este.

Stephan nació en Vukovar. Con un inglés limitado, nos detalla su experiencia: fue uno de los 15.000 habitantes que tuvieron que abandonar la ciudad en agosto de 1991 tras el ataque perpetrado por las fuerzas federales yugoslavas.

Antes de la ofensiva, Vukovar era una bonita ciudad idílicamente emplazada al borde del Danubio. Sus 40.000 habitantes (45% croatas, 40% serbios) disfrutaban de elegantes mansiones barrocas, de museos y de preciosas galerías de arte. Después, Vukovar se convirtió en un amasijo de ruinas y de escombros. Se contabilizaron aproximadamente 2.000 muertos (más de la mitad civiles) y 4.000 heridos. Hoy se presume que los miles de desaparecidos de Vukovar fueron enterrados clandestinamente en fosas comunes.

Durante seis meses de lucha, solo en Croacia, 10.000 personas murieron, cientos de miles huyeron y decenas de miles de casas fueron destruidas.

El relato nos deja a todos helados y un silencio sepulcral se hace en nuestra mesa. Entonces Stephan saca una cajetilla y nos ofrece un cigarrillo. Frédéric rechaza la invitación y, quizás buscando cambiar de tema de conversación, se explica: “Dejé de fumar hace unos 10 años. Desde entonces no he vuelto a probar un solo pitillo, me da miedo… Dejar de fumar es algo que nunca doy definitivamente por ganado: siempre hay un riesgo de recaer”.

Al rato, volvemos al tema inicial. Preguntado que cómo es hoy Vukovar, Stephan responde que la ciudad está siendo reconstruida, pero que la relación entre serbios y croatas está rota: “Los niños van a escuelas distintas y los padres van a bares diferentes”.

Después de cenar, nos despedimos calurosamente y cada uno se dirige a su casa.

Con las guerras pasa como con dejar de fumar: Siempre existe el riesgo de recaer

Muy pocas veces he congeniado tanto con lugar como con este. La temperatura cálida, el color del mar y la certeza de un eterno cielo azul me llenan de serenidad. Y la ciudad de Dubrovnik es realmente bonita. Camino por el casco antiguo bajo un cielo estrellado. Compré un helado que me ayudará a digerir lo que comí. Digerir lo que oí en esa cena me costará más.

En verano de 1991 nació mi primo Jorge. Lo recuerdo perfectamente porque el día que su madre rompió aguas, yo estaba quedándome en su casa. Me parece que fue ayer… Porque realmente fue hace muy poco. ¿Cómo pudo estallar una guerra tan atroz hace tan poco tiempo? ¿Cómo pudo suceder, aquí en Europa?

De repente, sin saber por qué, vienen a mi cabeza las palabras de Frédéric, el francés. Medio sonriendo, me digo mentalmente: “Con las guerras pasa como con dejar de fumar: Siempre existe el riesgo de recaer”.

La historia lo demuestra: tanto la primera como la segunda guerra mundial se generaron en Europa. Por aquel entonces, Europa era probablemente la región más desarrollada del mundo. Y es que, por muy desarrollado que esté un país o una región, nunca debe dejar de contribuir a la estabilidad. Sin importar dónde estemos, la paz nunca debe ser dada por sentada.

Miguel Forcat Luque es economista por la Universidad Complutense de Madrid. Trabaja para la Comisión de la Unión Europea. El propósito de este artículo fue escrito por el autor por su propio nombre y no refleja necesariamente el punto de vista de la institución para la que trabaja. El propósito de este artículo no compromete la responsabilidad de esta institución.

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