Lo más visto
Dicho esto, la ambición de quien escribe es que sus líneas sean las más leídas
La lista de los artículos más vistos ayer en la edición digital de este diario era, más que un poema, una epopeya. Incendios, sobredosis, enfermedades, suicidios, crímenes: una tremebunda sucesión de catástrofes naturales y humanas. Ayer era ayer, vale. La actualidad era la que era. Había ocurrido lo de Grecia, lo de Demi Lovato, lo del hijo de Ana Obregón y Alessandro Lecquio, lo de la fundadora de Femen y el hombre que se tiró por el hueco del ascensor de un hospital sin que nadie le echara de menos, lo de la exhumación del cadáver sin corazón hallado en Estocolmo. Un día aciago, de acuerdo. Da lo mismo. Hasta en los días más anodinos, sobre todo en esos, las más vistas suelen ser historias de amor, humor, horror, pasión, traición y muerte, sobre todo muerte, aunque sea la de la inocencia. O sea, de vida en estado puro. De la vida de los otros y de la nuestra propia, que nos retratamos al leer lo que leemos.
Hay quien se escandaliza, alguna vez yo misma de boquilla, de que, habiendo trascendentales asuntos de interés colectivo como el cambio climático, las migraciones, la sostenibilidad del planeta, la adecuada tipificación del delito de rebelión, etcétera, lo más visto en los medios sean los cuernos, el cáncer, la cama o la última chorrada del último mono de feria. Discrepo. La lista de lo más visto no es ni buena ni mala. Es un escáner. Y, como todos, no siempre nos gusta lo que revela. Nos atrae lo que nos conmueve, nos araña o nos excita el corazón, las tripas, los genitales o el bolsillo. Aunque sea el techo de gasto o el Fondo de Liquidez Autonómica, perversiones ha habido siempre. Dicho esto, la ambición de quien escribe es que sus líneas sean las más leídas. Y quien lo niegue, miente. Hasta septiembre.
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