“Llegué a pensar que perdía la cabeza tras la muerte del padre de mi hijo”
El duelo es como un gráfico, al principio estás abajo y con tiempo vas ascendiendo lentamente, con recaídas, pero ascendiendo
Hace casi dos años perdí a mi amor, esa persona con la que realmente pensaba envejecer y amaba. Es difícil expresar con palabras el dolor tan grande que sentí, fue devastador. Mi vida se detuvo. La gente me hablaba y yo no atendía, mi hijo me necesitaba y yo estaba ausente, perdida, nada tenía sentido… En mi mente solo estaban él y la muerte. ¿Cómo salí de ahí? Es lo que quiero contar porque es lo que me hubiese gustado leer en su momento y espero poder ayudar a alguien que esté pasando por esto.
Tras la sedación del tanatorio e incluso la esperanza del más allá, me abofeteó la realidad, su ausencia. El primer mes solo viví en mi mente, hasta que recibí una llamada. Era la psicóloga que me atendió el día de su muerte. Le pedí ayuda y me derivó a un centro gratuito de duelo. No tenía nada que perder y fui.
Recuerdo mi primera sesión, no le dejé ni hablar, empecé a soltar cada detalle, cada sentimiento, pensamientos inconexos… mi mente iba demasiado deprisa y me aferré a esa hora como si fuera mi única salvación. Quería que mi relato tuviera sentido y mi terapeuta me dijese algo que me devolviera a la vida.
No me dijo nada. Aún así, salí mejor de lo que entré, porque entendía que algo dentro de mí trataba de luchar por seguir adelante. Y así pasaron las semanas, cada vez anhelaba más esos jueves a las 6, mi único momento en el que realmente intentaba remar en esa balsa en medio del mar.
¿Qué aprendí?
Lo primero, y aunque al principio no era capaz de verlo, el duelo es como un gráfico, al principio estás abajo y con tiempo vas ascendiendo lentamente, con recaídas, pero ascendiendo. No hay que tener prisa. Cada día mi dolor se iba transformando, y aunque volvía a caer en pensamientos negativos (sobre todo en aniversarios, cumpleaños, etc.) seguí adelante y conseguí transformar ese dolor en algo bello, por paradójico que pueda parecer. En mi mano estaba seguir alimentando esos pensamientos negativos que solo me llevaban al dolor o alimentar los positivos. Me decanté por lo segundo. He aceptado que ya no está, pero lo que es más importante, estuvo. Tuvimos la gran suerte de encontrarnos, amarnos y tener un hijo y me siento afortunada de todo lo que he vivido y de lo que me ha dejado.
Mi mayor preocupación era mi hijo, comprendí que él solo estaría bien si yo estaba bien. Es durísimo decirle a tu hijo de tres años que su padre ha fallecido y que hayan pasado casi dos años y me siga preguntando cuándo va a volver… A pesar de todo, es un niño súper feliz que guarda un recuerdo bellísimo de su padre. Y creo que eso es gracias a mí. He luchado por estar bien y acompañarlo en su duelo. Y él sin darse cuenta ha sido mi mayor maestro y mi fuerza. El duelo de un niño es un duelo admirable y puro. Ojalá aprendiéramos de ellos, y no lo digo porque lo olviden, para nada, acabo de acostarlo y se ha acordado de su padre. Lo digo porque es capaz de llorar cuando hay que llorar, de pasar a ponerse a pintar y disfrutar, de recordarlo con una enorme sonrisa y de vivir, vivir cada minuto como deberíamos aprender a vivir todos, apreciando y disfrutando.
Entendí que el duelo tiene varias etapas y todas son normales. Esto puede parecer una obviedad, pero en ese momento piensas que estás perdiendo la cabeza y te culpas por sentimientos como la rabia, sin saber que es parte del proceso que estás viviendo. Normalizar esa marea de sentimientos me ayudó mucho a encontrar la paz.
En ese momento te sientes sola, pero no lo estás, conseguí verlo y no era fácil. Por supuesto que toda tu gente está cerca, pero tu cuerpo y tu mente te piden aislarse, por suerte no lo permití. Me forcé a salir, aunque no quisiera, a volver a vivir sola con mi hijo, aunque mi cuerpo me pidiera acurrucarme en la cama de mi madre y que mis padres cuidaran de él. He encontrado gente tan maravillosa por el camino, incluyendo mi familia, la familia de mi pareja, mis amistades, mi terapeuta, nuevas amistades… es increíble de verdad, que nadie pierda la esperanza en la humanidad y que haga un esfuerzo por escuchar, por hablar, por mirar. Somos maravillosos y todo esto merece la pena, que tu mente o tu ordenador no digan lo contrario. Leer, salir al cine, al parque con mi hijo, rutinas... esos pequeños detalles me han devuelto las ganas de seguir. Claro que mi pareja sigue presente en mi vida, aún es reciente, y no puedo negar que el llanto me envuelve algunas noches, es normal, pero vivo por él y por nuestro hijo como estoy segura de que quiere que lo haga. Y doy gracias a toda esa gente desde aquí por estar ahí y abrirme poco a poco los ojos.
Podría seguir enumerando cosas que aprendí de mí misma y del duelo, pero creo que he comentado las más importantes. El verdadero problema del duelo es no tratarlo bien y que se pueda llegar a "enquistar" con alguna otra "mochila" que cargues de tu pasado.
El pensador chino Confucio dijo: "Tenemos dos vidas. La segunda empieza cuando nos damos cuenta de que tenemos solamente una". Pues yo diría que hay una tercera y es cuando acabas una terapia con un buen psicólogo/a. Nada me ha enseñado más de la vida que la muerte, y nada me ha enseñado más de mí misma y de cómo afronto mi vida que mi terapeuta. Pedir ayuda me ha salvado. Yo soy una persona muy independiente y no suelo pedir ayuda, ni jamás había ido al psicólogo, pero es lo mejor que he podido hacer, aceptar que no podía con lo que me estaba pasando y que hay gente especializada que podía ayudarme de verdad. Pide ayuda si lo necesitas. Espero que este escrito le sirva a alguien.
¡Gracias!
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