“Consolador”, una visión masculina
En la masturbación del hombre no hay evocación alguna del consuelo, sino una idea de autosuficiencia
El término “consolador” significa “aparato, generalmente en forma de pene, utilizado para la estimulación sexual”; una definición académica que evita dar otras pistas biológicas y por tanto incluye a hombres y mujeres.
Esa acepción se incorporó al Diccionario en 2014. En la edición de 2001 aún se definía el adjetivo “consolador” con una obviedad: “Que consuela”.
Su conversión en sustantivo se produjo quizás durante el siglo XX. El cubano Guillermo Cabrera Infante emplea el nuevo sentido de “consolador” en su obra Tres tristes tigres, en los años sesenta; y doña Pura, uno de los personajes de Las bragas perdidas en el tendedero (1980), del extremeño Manuel Martínez Mediero, dice en esa obra de teatro: “Como usted pasa mucho a Francia, a ver si me puede traer un consolador con pilas recargables”. (Señal de que en España no había muchos entonces. Al menos con pilas).
Pero ¿por qué lo llamamos “consolador”? Pues quizás por la óptica masculina del asunto.
Detrás de “consolador” se ve el verbo “consolar”; es decir, “aliviar la pena o aflicción de alguien”. ¿Y de qué pena consuela ese aparato? Se supone que de la falta de un hombre con su instrumento genuino, lo cual anima a compensar esa privación mediante el sucedáneo; pues todo consuelo consiste en que hallemos solaz en algo que palia una carencia o la sustituye.
Por tanto, el término “consolador” evoca la idea de que ese artilugio aporta un consuelo ante la soledad, o ante la ausencia de un amante. Es decir: confórmate con un triciclo si no tienes una bicicleta. El consolador se presenta siempre, por tanto, como un plan B. Como si no pudiera ser en sí mismo un plan A.
En la masturbación del hombre, por el contrario, no hay evocación alguna del consuelo, sino una idea de autosuficiencia. Las muñecas hinchables no tienen nombre de remedio para las aflicciones.
En cambio, “consolador” abarca incluso los casos en que cabría hablar de “vibrador”. Pero también es cierto que esta segunda opción no serviría como alternativa cuando el instrumento careciese de pilas.
Quizás por estos motivos empieza a usarse el vocablo dildo. ¿De dónde ha salido? Para variar, procede del inglés, donde tanto la palabra como el objeto tienen uso acreditado desde hace siglos, aunque no se haya logrado determinar su etimología.
En caso de que alguien deseara evitar tanto el cuestionable vocablo “consolador” como ese anglicismo no muy extendido, dispondría de locuciones probables como “pene de plástico” o “falo artificial”.
No obstante, si miramos cómo se dice “consolador” en francés (y se dice gode, vocablo relacionado con “gozar”), también podemos pensar en el neologismo “gozador”. Por ejemplo, en frases así: “Le compramos para la despedida de soltera un gozador”. ¿Gozador? Demasiado para el puritanismo reinante.
Pero también cabría recordar que los griegos llamaban a este instrumento olisbos, vocablo que no recogen las Academias pero sí el Diccionario del Español Actual de Seco, Andrés y Ramos. Los fabricaban con madera o cuero y los untaban con aceite. Y como parece que la palabra olisbos estaba relacionada en griego clásico con la raíz del verbo “deslizar”, ahí tenemos otra alternativa más discreta: “A mi hermano le regalamos un deslizador”.
Con estas opciones no se lamentaría subliminalmente la ausencia de nadie desde el mismo nombre de la palabra, sino que se evocaría la decisión libre de la persona que decidiese bastarse a sí misma.
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