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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Fractura secesionista

El litigio entre Puigdemont y ERC paraliza el Parlament y bloquea acuerdos

El president de la Generalitat, Quim Torra, abandona el hemiciclo del Parlament.Vídeo: Albert Garcia (EL PAÍS) / ATLAS
El País

Por vez primera las continuas tensiones y fisuras internas del bloque secesionista configurado por Esquerra y el PDeCAT (heredero de Convergència) han desembocado en una fractura. Es tangible, áspera y sobre una cuestión de alcance estratégico. Y de gran impacto institucional, pues ha provocado la suspensión del último plenario del Parlament. De hecho, el bloqueo puede ser completo hasta que lleguen a un acuerdo.

Editoriales anteriores

El origen del litigio entre ambos parecía menor: decidir si la suspensión temporal de los diputados presos y huidos ordenada por el juez instructor alcanzaba o no al expresident, Carles Puigdemont. En realidad, el asunto trasluce una cuestión de mayor enjundia. Esquerra asegura (junto con parte del PDeCAT, que se manifiesta con mayor sigilo) que quiere trato igual para todos los afectados y, por tanto, no exceptuar a Puigdemont de la suspensión.

Bajo esa presentación late la estrategia pragmática de ERC de evitar el unilateralismo, la desobediencia a las leyes y el desacato a los tribunales. Está claro que discrepa y se opone a las decisiones del juez, pero rechaza desobedecerlas. Por eso se ha plantado, con el valioso apoyo de los letrados de la Cámara, frente a sus socios/rivales del PDeCAT, que en el Parlament siguen el radicalismo de Puigdemont, mientras que en el Congreso practican el realismo.

Inversamente, el círculo del expresident ningunea los peligros políticos de la unilateralidad, y también la eventual recaída en responsabilidades penales. Convertido en leyenda para sus próximos, el hombre de Berlín ansía salir del progresivo ostracismo al que le empuja la elección (a regañadientes y patrocinada por él) de su sucesor, Quim Torra; y con la moral aupada por la reciente decisión del tribunal de Schleswig-Holstein. Pero la ley de gravedad acaba imponiéndose: no puede haber simultáneamente dos presidentes; menos aún cuando el huido ha sido condenado por el juez instructor Pablo Llarena a vivir fuera de España, una vez rechazada la euroorden tal como la han aplicado los jueces alemanes.

Lo malo de la refriega independentista es que agrava el deterioro institucional, en perjuicio de los ciudadanos. El Parlament estuvo durante casi seis meses paralizado por la indecisión del bloque sobre si elegir o no a un nuevo president. Repite ahora la parálisis por los desencuentros internos del secesionismo, lo que certeramente critica la oposición.

El pulso entre quimera y pragmatismo se acentuará este fin de semana, cuando los afines de Puigdemont en el PDeCAT —que ya ha creado otro partido, la Crida— pretenden derrocar a su joven dirección, orientada a recuperar el posibilismo y la acción legal. El secesionismo deberá optar finalmente por una vía u otra, porque ambas son mutuamente excluyentes. La vía rupturista ya se ha visto lo que da de sí: la nada. Solo si se empeña en la vía democrática y legal podrá entrar a discutir y negociar una solución pactada, dentro del marco de la Constitución. El presidente del Gobierno acaba de actualizar la propuesta de su partido de una doble reforma combinada de la Constitución y el Estatut. Sea esta u otra la fórmula que se abra paso, la esencia de una solución viable es enhebrar un acuerdo y someterlo a las urnas.

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