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COLUMNA
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López Obrador, el nebuloso

El presidente electo de México tiene una concepción corporativa y plebiscitaria de la democracia

El presidente electo de México, Andrés Manuel López Obrador, antes de reunirse con parte de su equipo.
El presidente electo de México, Andrés Manuel López Obrador, antes de reunirse con parte de su equipo. Sáshenka Gutiérrez (EFE)

El presidente electo de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), dispone de un sexenio para cimentar la república amorosa que habrá de cobijar al pueblo pobre, oprimido y olvidado, tal como prometió en campaña. El caudillo de Morena deberá salir de la vaguedad y explicar los secretos de esa refundación salvadora. La indefinición de un discurso de amplio espectro fue virtuosa en campaña pero tiene fecha de caducidad. No basta con delegar en el Estado la generación del bienestar social porque difícilmente el abastecedor llamado a filas podrá con tanto peso.

Refractario a la transparencia, la ambigüedad de AMLO parece exógena, fruto de su militancia en el Partido de la Revolución Institucional (PRI), que ocupó los espacios de la izquierda, la derecha y el centro para cerrar el paso a los competidores de la presidencia imperial. El triunfador del 1 de julio adeuda a sus electores claridad: la renuncia al posgrado en perífrasis cursado entre 1976 y 1988 en las universidades del PRI.

La ambición política y las convicciones de clase e indigenistas determinaron el desembarco, al año siguiente, en un partido formado por disidentes priistas, un acordeón de lengüeta libre y movilizadora, el Partido de la Revolución Democrática (PRD). La turbiedad expositiva mamada en el régimen de Plutarco Elías Calle fue depurada hasta la excelencia durante el apostolado de campaña. No es previsible que la abandone en Los Pinos. Solo queda encomendarse a la máxima evangélica de que por sus hechos le conoceréis.

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Al haber sido el circunloquio y la moralidad bazas espirituales, hay que rastrear sus concreciones como jefe de Gobierno de la capital de México entre 2000 y 2005. Impulsó un abanico de programas sociales, subsidió pensiones para mayores y madres solteras, y creó la Universidad de la Ciudad de México. La deuda pública creció, y también su popularidad porque buena parte de quienes le endilgaban populismo lo hacían pringados de corrupción.

AMLO tiene una concepción corporativa y plebiscitaria de la democracia, como destaca el analista Alejandro Monsiváis-Carrillo. La ciudadanía tiene voz como pueblo, en abstracto, a través de elecciones, referéndums y consultas, que fueron más frecuentes que la prometida participación popular, reducida al activismo clientelar del perredismo. Su religiosidad también es vaporosa. El matrimonio entre parejas del mismo sexo aprobado por el Gobierno de la capital no fue obra suya, sino de su sucesor, Marcelo Ebrard (2006-2012). AMLO regresa al oscurantismo.

No decidirá a favor ni en contra porque no quiere ofender, y procederá con zorrería, consultando al pueblo sin soltar el mando a distancia. Pero las reformas pendientes en México son tan importantes que convendría esclarecer límites y alcance. No caerá la breva. Habrá que seguir en la neblina amándonos los unos a los otros, haciendo república.

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