Familias en las que los cónyuges aportan varios hijos. Guía básica para que se adapten los menores
Ya no son una rareza los hogares en los que viven niños fruto de uniones anteriores
Un dato relevador: según la Asociación Española de Abogados de Familia, a lo largo del año 2017, 400.000 parejas se divorciaron en nuestro país o, lo que es lo mismo, tres de cada cinco. Un dato más: 9 de cada 10 de esas parejas tienen hijos menores de edad. Y algo más: “Casi dos terceras partes de las personas que se separan se vuelven a emparejar”, tal y como nos ha contado Gregorio Gullón Arias, responsable de los Servicios de Atención a Familias Reconstituidas y Mediación para Familias con Hijos/as Adolescentes. Continúa: “Las familias reconstituidas en realidad han existido siempre, pero lo que ha cambiado es el punto de partida de las mismas. Con anterioridad el punto de partida era el fallecimiento de uno de los progenitores, por lo que se inscribían en la lógica del reemplazo del fallecido. El padrastro o la madrastra no solo sustituían al fallecido en la relación conyugal, sino también en sus funciones parentales, de tal modo que la nueva familia suponía una continuidad con la familia tradicional”. En efecto, la cosa ha cambiado estableciéndose un nuevo modelo de familia que no siempre es fácil de asimilar por parte de los hijos, que golpe y porrazo se pueden encontrar con ‘progenitores y hermanos postizos’, al tiempo que aguanta la tensión entre sus propios padres.
Cristina Zárate, psicoterapeuta familiar e infantojuvenil de Psicólogos Pozuelo lo explica así: “Las relaciones entre los hijos y las madrastras/padrastros a menudo es complicada en un primer momento, ya que ven a esta nueva figura como un intruso que les va a separar de su figura de apego quedándose solos y sin cariño. La relación mutua entre los padres biológicos tampoco es tarea fácil. Inmersos en sus “batallas” sitúan a los niños/jóvenes en posiciones complicadas (que actúen como mediadores, mensajeros, espías del otro...) cargándoles con una responsabilidad que les genera mucha culpa”. A esto hay que añadirle el desconocimiento y la falta de realismo con que se enfrentan a menudo los padres a esta situación, dice Gullón Arias: “La falta de identificación con el modelo de relaciones que suponen las actuales familias reconstituidas lleva a la mayoría de las personas a intentar reproducir los roles de la familia nuclear, lo cual está en la base de muchos de los conflictos que se producen en el seno de estas familias”.
En medio de esto se encuentran los nuevos cónyuges, que no saben qué papel han de tomar. Gregorio: “La consulta más habitual en los Servicios de Atención a Familias Reconstituidas y Mediación para Familias con Hijos/as Adolescentes gira en torno a qué lugar deben ocupar las nuevas parejas respecto a los hijos del otro, y el rechazo de los hijastros a las nuevas parejas de sus progenitores”. Una vez comenzada la convivencia o al cabo del tiempo, son los vástagos quienes se pueden llegar a revelar contra la situación. Y lo hacen, en palabras de Zárate, “con manifestaciones conductuales que esconden un sufrimiento interno y esta es la manera que encuentran para poder expresar su tristeza, incertidumbre, miedos…” Se refiere a niños y adolescentes que empeoran su rendimiento académico, se muestran más irascibles, apáticos, tristes, ausentes, tienen dificultad para conciliar el sueño, están más rebeldes o incluso llegan a la violencia.
Dar con el sistema perfecto para que esto no suceda no es fácil. Aunque hay una serie de reglas de las que hay que partir. Son las siguientes:
- Para Gullón Arias, la primera de todas, “es que tanto padres como hijos hayan tenido tiempo suficiente de elaborar el duelo por la separación que supone el punto de partida”.
- Una familia reconstituida NO es una familia tradicional. Y sus miembros han de saberlo, dice Gullón Arias: “Sus normas de funcionamiento son otras. Son los padres quienes deben hacerse cargo de sus hijos en todos los sentidos (normativo, económico, afectivo). Las nuevas parejas desarrollarán funciones complementarias que los padres les deleguen”.
- Por el bien de los críos tiene que quedar claro desde el principio que las parejas de los padres no van a ocupar un puesto que no es suyo. “No se puede ocupar un lugar que ya está ocupado (padre/madre). De hacerlo surgirían las ‘lealtades invisibles’ del hijo hacia el progenitor que siente que se intenta sustituir, y se produciría el rechazo hacia la nueva pareja.
- Hay que poner límites, aunque pensemos que la situación es dura para la prole, afirma contundente Zárate: “Los padres, culpables por el malestar de sus hijos, creen que las normas y límites pueden hacerles más daño o ponerles en su contra”. La situación se agrava si la nueva pareja critica la crianza y los hijos, a su vez, boicotean la relación. Como solución, la psicóloga propone: “Es importante tolerar sus enfados o las manifestaciones con límites, pero sobre todo con afecto y cariño.”
- Otra de las claves para que todo funcione lo mejor posible, pasa por el respeto. Como dice Gullón Arias, “el amor no es obligatorio, pero sí el respeto. Ni los padrastros ni los hijastros están obligados a quererse, pero sí a respetarse.” Zárate añade: “Mantener una relación de respeto en la que podamos establecer una coherencia entre las normas de cada casa y fomentar el contacto con ambos padres son puntos básicos”. Olvídense de eso de utilizar a los niños como mensajeros entre padres biológicos. Nunca funciona y se hace más daños a la prole.
- La comunicación, por supuesto, también desempeña un papel importante. “Es uno de los ingredientes principales para sostener la familia, por tanto, es recomendable establecer con claridad qué normas va a haber en el nuevo hogar, qué se espera de cada miembro, qué rol va a tener la nueva pareja con los hijos…”, afirma la psicóloga de Psicólogos Pozuelo.
- Empatizar con los pequeños también suele dar buenos resultados: “Es importante ponerse en su piel y ayudarles a que expresen sus temores y preocupaciones al exponerles la decisión de vivir en familia”. Recordándoles, siempre, que “la relación y el amor hacia ellos no va a cambiar”, comenta Zárate.
Con todas estas dificultades y condicionamientos, la nueva pareja tiene muchas posibilidades de resentirse. Tanto que las tasas de divorcio de los segundos matrimonios son más elevadas que las de los primeros (casi el 50%). Zárate recomienda “fortalecer el vínculo con nuestra pareja, muchas veces olvidada dado el aluvión de problemas que vienen de otros frentes”. Por ejemplo, un fin de semana sin hijos. Gullón Arias también lo ve claro: “En los Servicios de Atención cuidamos mucho el vínculo de pareja, ya que para que la familia reconstituida funcione, debe funcionar la nueva pareja”. Así que, paciencia, tiempo, cariño y buenas intenciones son imprescindibles para llegar a buen puerto. Sobre todo para que los hijos no sufran más de lo necesario. “La tarea primordial de los adultos que se enfrentan a la difícil tarea de constituir una nueva familia es evitar el sufrimiento, prioritariamente de los menores”, concluye Zárate.
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