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COLUMNA
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Cuentos de hadas en México

El populismo de Andrés Manuel López Obrador es casi terapéutico, entendible en una sociedad mayoritariamente harta y necesitada

Juan Jesús Aznárez
Andrés Manuel López Obrador durante un acto de campaña para las elecciones presidenciales de México.
Andrés Manuel López Obrador durante un acto de campaña para las elecciones presidenciales de México... (EFE)

Los problemas estructurales que deberá afrontar el nuevo presidente de México son tan profundos que el populismo del favorito en las encuestas, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), es casi terapéutico, entendible en una sociedad mayoritariamente harta y necesitada. No importa que el candidato de Morena prometa imposibles, ni que haya forjado alianzas con grupos antagónicos, porque las elecciones del próximo domingo son a la contra. Llegan determinadas por una sublevación generacional y popular contra la criminalidad, los partidos hegemónicos y las mafias en los poderes del Estado.

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Las consignas contra la corrupción y las promesas de probidad y justicia son guadalupanas, de advocación mariana, pero de obligada enunciación en un México urgido de esperanza después de tantos años de cuidados paliativos y riadas migratorias. Sin programas, y con las cuentas malogrando el argumento de los cuentos, las fábulas de campaña son disculpables en un país con un paro encubierto que castiga al 60% de la población laboralmente activa: 30 millones de supervivientes con evolución alcista por el crecimiento demográfico. Seis de cada diez jóvenes lo padecen.

El nebuloso López Obrador ha prometido consagrarse a la transformación nacional reduciendo el gasto corriente y los sueldos millonarios, y cegando los desagües de la corrupción. Lo hará sin subir impuestos, ni deuda pública, y sin encarecer las gasolinas. Sus rivales también se ofrendan milagreros, pero predican con plomo en las alas al ser asociados con el neoliberalismo y las derivaciones camufladas de la presidencia imperial.

El poder de persuasión del primero es superior porque el dilema de la desafección política y el resentimiento social es abstenerse o apostar por la multiplicación de los panes y los peces. En las emocionales pujas AMLO gana por descarte y porque se le percibe más decente; sus índices de aprobación como gobernador del Distrito Federal (2000-2005) fueron altos: el PIB de la capital, habitada por nueve millones de personas, creció cinco puntos en ese período. Proclamando que no es populista sino progresista y moderno, y que barrerá la basura de arriba para abajo, tiene al alcance de la mano el escobero de Los Pinos. El contingente de palmeros se agranda: empresarios y banqueros que le decían demagogo, se le acercan de la mano de recaderos que les garantizan pragmatismo económico, disciplina presupuestaria, autonomía del Banco Central y una consulta ciudadana sobre las reformas de Peña Nieto.

Desde la revolución de Zapata y Villa, no hay candidato que no haya prometido redención. La retórica es sofisticada. En La ley de Herodes un alcalde bienintencionado se pudre al catar poder. Fue la película de 2000, una alegoría sobre el derrumbe del PRI ese año. La cartelera electoral repone ahora cuatro cuentos de hadas. El más fascinante es obra del caudillo de Tabasco, que promete a irredentos y cenicientas convertir los sueños en realidades, como las victorias de México en el Mundial.

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