El efecto acordeón
Mientras los rescatados en el 'Aquarius' viajaban hacia Valencia, cerca de un millar de migrantes llegaban a Andalucía, y algunos de ellos morían en el intento
A vueltas con la sociedad del espectáculo. El miércoles el buque Aquarius abandonaba Valencia y ayer el ministro del Interior Matteo Salvini ordenaba cerrar los puertos de Italia a otro barco con 224 migrantes. Como si se volviera a la casilla de partida: los efectos positivos que podrían derivarse de la gestión que se hizo a propósito de las peripecias del Aquarius quedan en el aire. El problema sigue ahí. Y seguirá, por lo que se ve, durante mucho tiempo. Son muchos los que quieren llegar a Europa persiguiendo una vida mejor y cada vez son más —por desgracia— los que, desde dentro de las sociedades del bienestar de este lado del mundo, no los quieren ver ni siquiera en pintura.
Durante la crisis del Aquarius, esas personas que salen de situaciones terribles para vivir peligrosamente hasta que consiguen unos papeles que les permiten iniciar una vida más digna se hicieron visibles. No hay que olvidar que entre la madrugada del viernes y el sábado por la tarde, mientras los rescatados en el Aquarius viajaban hacia Valencia, cerca de un millar de migrantes llegaban a Andalucía y algunos de ellos morían en el intento. De todos esos no ha quedado rastro alguno: solo las cifras, poco más.
Lo del Aquarius fue otra cosa. Tal vez sucedió así porque dentro del buque viajaban periodistas que podían contar lo que pasaba: escribirlo, fotografiarlo, filmarlo. El jueves, un miembro de Médicos sin Frontera tocó el acordeón y de pronto, como si fuera un efecto del instrumento al abrirse y cerrarse, iban levantándose y cobrando vida todas esas personas que no dejan de ser habitualmente nada más que bultos ateridos de frío. Estalló la alegría. Y con esa música de fondo, fuimos conociendo sus historias.
En el caso del Aquarius hubo elementos para armar una trama y, por eso, el sufrimiento de los náufragos se hizo visible. Existía un malote (Salvini), un bueno (el Gobierno de Sánchez), el coro de indiferentes (Malta y el resto de Europa), la coreografía de acogida (2.300 personas, entre voluntarios, médicos, psicólogos...) y los guionistas. En las costas andaluzas, en cambio, no hubo semejante despliegue. Tras la efervescencia, y es lo terrible de la sociedad del espectáculo, suele venir el olvido. Pero son dramas que no pueden olvidarse y es Europa la que tiene que contestar.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.