Sánchez y el factor maillot amarillo
Si no le dejan tiempo para gobernar, irá a elecciones con viento de cola; y si le dejan gobernar un tiempo, irá a elecciones con viento de cola
Hay un principio que conoce cualquier aficionado al ciclismo, no ya un gran aficionado nivel Rajoy que sepa qué tres cimas Coppi encadenadas se anotó Fuente en los setenta, sino cualquier aficionado: “el maillot amarillo da alas”. Es un principio básico. Cuando un ciclista de segunda fila se ve aupado al liderato, con un golpe de mano, de inmediato adoptará hechuras de número uno. El mito Walkowiak. Es investirse con el maillot amarillo y de repente uno ya no actúa gregariamente. Este fenómeno se da en casi todas las disciplinas, también en política. Y desde el demarraje de la moción de censura, Sánchez ha cobrado hechuras de presidente. Ahora ya nadie interpreta su invisibilidad como irrelevancia sino como prudencia táctica; y sus silencios se ven como expresión de inteligencia, no de vacuidad. El maillot de presidente da alas de presidente.
Sánchez hace dos semanas era un dirigente cuyo crédito político era B-, léase dudoso con perspectiva negativa, que supo sobrevivir homéricamente a su derrocamiento pero no parecía en condiciones de sobrevivir a Ciudadanos, y hoy preside un Gobierno que ha sido portada de Financial Times. Ha sabido aguardar su momento. Y todo ha sucedido muy rápido. En apenas 13 días —tantos como la crisis de los misiles en Cuba durante la Guerra Fría, plazo suficiente para poner en jaque el planeta— los acontecimientos se han precipitado, de registrar la moción a los relevos ministeriales. Su Gobierno, presentado con efectismo mediático como fichajes para una Champions, es 100% sanchista, sin concesiones al partido o a los territorios, pero sobre todo es un Gabinete diseñado para largo plazo. Los primeros días con el maillot amarillo ya parecen haber convertido a Sánchez el Breve, qué cosas, en Pedro el Grande. Así es el efecto maillot amarillo.
Sánchez ha dado dosis de riverismo a Rivera, de pablismo a Pablo Iglesias e incluso de marianismo a Rajoy. Estaba centrifugado del Congreso y ahora domina el centro de la escena. Iglesias lamenta quejosamente que olvide quién le catapultó, pero se equivoca: Sánchez sabe que a él lo tiene hipotecado y se ha centrado para ocuparle el espacio a Ciudadanos, que tendrá que pelear con el PP, a quien Sánchez desactiva el discurso de Gobierno ilegítimo con un Gobierno que se legitima solo. Contra el argumento de echarse en manos del separatismo, ahí están Borrell, Marlaska —puro azufre para Otegi— y Robles pasando revista; y contra el argumento de ir con los antisistema, ortodoxia europea con Calviño, miel para los hombres de negro, y gente del sistema que desactiva la necesidad de la vacuna naranja. Pronto se reunirá con Torra con algún gesto pero sin ponerse el lazo amarillo, imponiendo su maillot; y el PNV tendrá 500 millones de razones para la pax sancheana. Está en win-win. Si no le dejan tiempo para gobernar, irá a elecciones con viento de cola; y si le dejan gobernar un tiempo, irá a elecciones con viento de cola. El maillot amarillo, ya se sabe, da alas.
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