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TRIBUNA
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La primavera latinoamericana

La democracia para Cuba, Nicaragua, Bolivia y Venezuela debe ser una bandera mundial y un objetivo de los paises civilizados comprometidos con la libertad de los pueblos

Protestas en Nicaragua contra el Gobierno de Daniel Ortega.Vídeo: Oswaldo Rivas (Reuters) / EFE

Este año han sucedido tres acontecimientos que no pueden analizarse de forma aislada y que son parte de un mismo expediente que lamentablemente ha pasado desapercibido casi siempre. Me refiero a la designación de un nuevo presidente en Cuba, las protestas populares en Nicaragua y la fraudulenta reelección de Nicolás Maduro en Venezuela. Estas tres noticias, aunadas a la situación en Bolivia, conforman el último capítulo de una historia que tiene décadas escribiéndose y que me voy a permitir llamar “La Primavera latinoamericana”, sobre la lucha de los pueblos contra los populismos totalitarios de esa región.

No sorprende que en la mayoría de los reportes internacionales sobre los sucesos en Nicaragua casi nadie alcanzó a advertir el fondo del asunto. Las protestas de la población y la represión criminal del Gobierno que todavía continúan tienen una única causa: la dictadura. No se trató de un tema de pensiones o de un mal manejo administrativo como repiten los medios, el caso es que en Nicaragua se dinamitó la democracia desde adentro consolidándose una tiranía luego de una elección fraudulenta en medio de la más descarada persecución política. Lo mismo que pasa en Venezuela. Son pueblos oprimidos que de vez en cuando logran sublevarse en busca de libertad y democracia a costa siempre de un sangriento saldo. Igualmente, Raúl Castro colocó a cargo de la isla a un títere elegido a través de un partido único y con votación unánime, sin que se levantara una sola voz clamando por democracia y elecciones libres.

Somos todavía un laboratorio ideal para hacer experimentos de relanzamiento del comunismo tras su rotundo fracaso en el mundo desarrollado

Y es que después de Pinochet, si acaso Fujimori ha sido el único que ha merecido el calificativo de dictador en Latinoamérica, a pesar de que en los últimos veinte años hemos visto una camada de tiranos que con ropajes de izquierdas han destruido las democracias en sus países. Se trata de los pupilos de los Castro, los más grandes dictadores de nuestro continente que han contado con la alcahuetería e impunidad mundial más grotesca. En el caso de Chávez, nadie se sonrojó cuando a su llegada al poder cerró todos los poderes públicos y cambió unilateralmente la constitución, para luego violarla procurándose hasta un tercer mandato consecutivo ya sin separación de poderes de ningún tipo. De Evo Morales muy pocos hablaron cuando anunció que iba a desconocer la voluntad de su pueblo para aspirar a otra reelección como ya lo hizo de forma fraudulenta Daniel Ortega. En Brasil y en Argentina, la institucionalidad democrática pudo al final evitar la catástrofe populista dejando al descubierto una trama de corrupción de proporciones épicas de la que tampoco se habla mucho en el mundo, mientras que en Ecuador la página se está pasando sola y sin ayuda de nadie. Se trata del club de autócratas más perversos de la historia que usaron las democracias de sus países para acabar con ellas y sustituirla por una mafia de crimen organizado cuyos tentáculos llegaron a España a través de algunos partidos políticos cómplices de esas tiranías y portadores del mismo virus populista.

Quizá el arquetipo de un héroe que hace justicia con sus propias manos —quitándole a los ricos para darle a los pobres perpetuando por la leyenda de Robin Hood— pudiera explicar cómo desde Europa se valoran a veces los populismos tropicales y latinoamericanos y las razones por las que casi siempre carecen de condena los casos de expropiaciones, persecución y censura. Eso y el complejo del “buen salvaje” heredado de los tiempos de la conquista y colonización del “nuevo continente”. La igualdad utópica que ya no es posible en la irreversible civilización europea, quizá sea viable en aquellos parajes en los que hace apenas quinientos años se vivía semidesnudos en un ambiente rural. Somos todavía un laboratorio ideal para hacer experimentos de relanzamiento del comunismo tras su rotundo fracaso en el mundo desarrollado, apalancados siempre en figuras heroicas y exóticas como lo han sido Fidel, Allende, el Che, Perón y, más recientemente, Chávez, Lula, Kirchner, Evo, Correa y Ortega, con la nueva camada de Maduro, López Obrador y Petro, entre otros. Pero El Bosque de Sherwood quedó devastado con sus habitantes viviendo en miseria y retraso, mientras que Robin Hood terminó multimillonario con cuentas en Andorra. Para acabar con el mito sería suficiente el caso Odebrecht y las cuentas encontradas a jerarcas del chavismo en paraísos fiscales, pero a eso hay que agregarle nada menos que narcotráfico, contrabando de minerales y lavado de capitales provenientes del terrorismo.

Cuando los pueblos árabes protestaron contra regímenes autocráticos nadie dudó en calificar como “primavera” el mismo fenómeno que tiene años dándose en Latinoamérica sin contar con ese reconocimiento

Cuando los pueblos árabes protestaron contra regímenes autocráticos nadie dudó en calificar como “primavera” el mismo fenómeno que tiene años dándose en Latinoamérica sin contar con ese reconocimiento. La resistencia democrática cubana contra los Castro tiene ya sesenta años con fusilados, presos y exiliados. En Venezuela tenemos ya veinte años en los que se ha intentado todo (elecciones, paro, marchas, rebelión). Evo Morales y Daniel Ortega ya tienen doce años consecutivos en el poder a cuenta de persecución y secuestro institucional. Entre esos cuatro países suman más de un siglo de dictadura abierta. El caso es que esos pueblos latinoamericanos se han movilizado permanente contra los tiranos que los oprimen en su propio nombre. Recientemente las protestas populares se han dado con fuerza en Venezuela, Bolivia y más recientemente en Nicaragua. Es la misma historia, es el mismo enemigo, es la misma necesidad de libertad y democracia de un continente que lo merece. Las revoluciones (se justifiquen o no) solo sirven para derrocar sistemas, pero cuando un Gobierno se declara revolucionario simplemente está desmontado el Estado y dejando a la población sin seguridad jurídica ni garantías de derechos civiles fundamentales. Lo que comienza con expropiaciones a la propiedad privada, termina con la expropiación de todo un país dejando a una nación entera como rehenes de la arbitrariedad más perversa.

La democracia para Cuba, Nicaragua, Bolivia y Venezuela debe ser una bandera mundial y un objetivo de los países civilizados comprometidos con la libertad de los pueblos, porque al final nadie está inmune al virus populista que siempre intentará propagarse. No es un tema de derechas e izquierdas, la valoración debe centrarse en los parámetros de democracias y dictaduras. Es la hora de acabar con la impunidad con la que los caudillos latinoamericanos violan derechos humanos manteniendo invisibilizadas a sus víctimas, entendiendo de una vez por todas que las democracias son causa y no consecuencia del bienestar social.

José Ignacio Guédez Yépez es miembro del Frente Amplio Internacional Venezuela Libre y fue secretario del Parlamento venezolano.

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