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¿Qué sería del mundo sin segundas intenciones?

Sería terrible, invivible e inhumano, un apocalipsis espantoso, la garantía de la infelicidad absoluta para toda la humanidad

Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg en la película 'Al final de la escapada'.
Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg en la película 'Al final de la escapada'.

Todas las intenciones son segundas intenciones. La palabra fue dada al hombre para permitirle esconderlas. La felicidad necesita hipocresía. El silencio permite ocultar nuestra barbarie. La lucidez es una especie de segunda intención desenmascarada; lo impúdico se vanagloria de exponer el fondo de su cerebro. Hasta la sinceridad es un disfraz: hacemos creer que no tenemos segundas intenciones, cuando tenemos como segunda intención hacer creer que no la tenemos.

No toda segunda intención es necesariamente vergonzosa o sucia. El escritor es un hombre que da vueltas a sus segundas intenciones en su rincón, la literatura es el arte de manipular al lector sin desvelar todo lo que trama. La escritura no revela nunca por completo el fondo de un pensamiento brillante y destructor sobre el que el autor no tiene control. La vida consiste en pensar en otra cosa distinta a lo que hacemos, lo que escribimos o lo que eructamos. El hombre piensa demasiado, y si algunas personas disimulan sus pensamientos no es por miedo a desnudarse ni porque sean forzosamente malvados, sino (también) porque quieren demasiado bien al prójimo: si se conociera la bondad de los callados, correríamos el riesgo de canonizarlos en vida.

"¿He vivido un segundo sin pensar a escondidas en el segundo siguiente? Incluso si me suicidara, sería con la esperanza megalómana de que me lloraran"

Lista de las segundas intenciones de las que estoy menos orgulloso: cuando peloteo a alguien importante esperando recibir algo a cambio. Cuando pido matrimonio a una mujer para acostarme con ella. Cuando acepto un trabajo penoso solo por dinero. Cuando miento a un amigo sobre su libro de mierda.

Lista de las segundas intenciones de las que estoy más orgulloso: cuando escribo un texto irónico (un elogio exagerado, por ejemplo, para que el interesado se sienta halagado, haciendo que el resto de la ciudad se descojone). Cuando voto por alguien para que un tercero pierda las elecciones. Cuando le hago un niño a mi mujer para que ella se quede conmigo. Cuando lloro en el cine para parecer un tipo sensible. Cuando me peino mal para que los demás admiren mi melancolía.

¿He vivido un segundo sin pensar a escondidas en el segundo siguiente? Incluso si me suicidara, sería con la esperanza megalómana de que me lloraran.

A menudo las segundas intenciones son sexuales. He intentado muchas veces sacudirme las de carácter pornográfico acostándome con cualquiera. Es así como las segundas intenciones se convierten en actos físicos. Puede pasarme que esté haciendo el amor con alguien pensando en otra persona: una fantasía sexual es una segunda intención excitante.

¿Qué sería del mundo sin segundas intenciones? Viviríamos como en un programa de telerrealidad. Todos los ciudadanos serían grabados, su correo espiado, su existencia exhibida todos los días voluntariamente. No existiría la vida privada, todos los pensamientos se publicarían instantáneamente en medios mundiales y gratuitos. Un mundo sin segundas intenciones sería terrible, invivible e inhumano. Se trataría de un sistema totalitario, absurdo y brutal, un apocalipsis espantoso, la garantía de la infelicidad absoluta para toda la humanidad. Sería el mundo actual.

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