Estética
Supongo que no hay forma de discutir los gustos. La reforma tendrá sus partidarios, aunque aún no conozco ninguno
Durante algo más de siglo y medio el hipódromo de Longchamp ha sido uno de los rincones más bellos y elegantes de París, que no carece precisamente de ellos. Fue construido a mediados del siglo XIX en terrenos del Bois de Boulogne pertenecientes a una abadía destruida durante la Revolución Francesa. Émile Zola le dedicó uno de los capítulos más logrados de Nana y también Proust lo menciona en la Recherche. En 1960 fue renovado sin perder su empaque, conservando una de las viejas tribunas como punto de contraste y referencia. Yo fui por primera vez cuatro años después y desde entonces lo tuve por una de las antesalas del paraíso que no mereceré conocer. No soy el único que recibió con un escalofrío en 2015 la noticia de que cerraría durante dos años (fueron casi tres) para una reforma total. El resultado queda bien resumido por un amigo hípico: “Un atropello estético, a medio camino entre Ikea y el chino”. Adiós a lo distinguido y un punto romántico de su forma clásica, paso al hangar multiusos que lo mismo sirve para un hipódromo que para un aeropuerto o una catedral. Hasta el hermoso color blanco de las tribunas es ahora marrón caca...
Supongo que no hay forma de discutir los gustos. La reforma tendrá sus partidarios, aunque aún no conozco ninguno. Las explicaciones que la justifican: “Ir mas allá de las carreras” (¡pero si es un hipódromo!), “atraer a los jóvenes”, a quienes por lo visto encandila la caca, “mayor armonía ecológica”, etcétera. El arquitecto proclama que “la forma inclinada de la tribuna (¡agobiante!) se inspira en el movimiento de un caballo al galope (?)”. Todo eso me parecen cuentos, pero como el malhechor se apellida Perrault puede que la afición le venga de familia...
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