Qué vimos nosotros en la actuación de Amaia y Alfred que Europa no vio
Los espectadores de fuera de nuestro país no han comprendido lo que el dúo ha representado para una nueva generación de españoles. La victoria moral es nuestra
Si algún espectador tenía miedo a que pecásemos de cursis en Eurovisión, sus peores deseos se cumplieron con la interpretación de Tu canción que los triunfitos Amaia Romero y Alfred García ejecutaron sobre el escenario del Altice Arena en Lisboa. Vestidos vaporosos para ella, esmoquin para él, manos cogidas, sonrisas, amor por los cuatro costados. Y el público, entregado como si les hubieran anunciado previamente que la pareja que salía al escenario se ama de verdad, celebrando la relación con las velas al aire. Finalmente quedaron en el puesto 23 (de 26). El problema es que Europa no vio lo que nosotros habíamos visto y sentido.
Se miraron, se sonrieron, se tocaron, se quisieron. La puesta en escena fue sobria, como si confiásemos en que el amor puede llenar el escenario
¿Lo mejor de la actuación? Los planos de los dos cantantes, de espaldas, enfrentados a un estadio dispuesto a vivir su romance, fueron los que más justicia hicieron a la canción, que no es más que una celebración del primer amor. Un primer amor minutado ante España y que ahora llega al mundo: lo único que duele de todo esto es que los espectadores de Finlandia o Francia no comprendan lo que Amaia y Alfred han representado para una nueva generación de espectadores españoles, que no estaban acostumbrados a celebrar las emociones, como si fuésemos un país frío. Es la primera vez (probablemente desde Daniel Diges con su Algo pequeñito en 2010 que a muchos gustó y a otros horrorizó) que se apostó por lo afectado. Y no está mal que se haga.
Esto solo sería un problema si alguien considera lo cursi una falta. Al fin y al cabo, el festival apuesta desde hace lustros por el artificio en forma de pirotecnia, efectos especiales, canciones sobreproducidas hasta la náusea y coreografías imposibles. Si lo cursi es otra forma de artificio, es por lo menos una que no opaca las canciones.
La victoria moral de este año será para España: haber enviado a un producto que no nos avergonzará al mirar atrás y que festeja algo que parece darnos rabia, como la celebracion de los sentimientos. A veces no pasa nada por ser un poquito cursis
La ganadora de Operación Triunfo y el cuarto finalista, pareja desde que se conocieron en el concurso (una de las grandes bazas para conquistar al eurofan medio, siempre en busca de una historia), se miraron, se sonrieron, se tocaron, se quisieron. La puesta en escena fue sobria, como si confiásemos en que el amor puede llenar el escenario. El propio Alfred había anunciado "sorpresas", pero no las vimos por ningún sitio. Probablemente no hacía falta.
Dadas nuestras posibilidades, casi mejor apostar por el minimalismo: cuando nos ponemos coloristas conseguimos estampas tan dudosas como la de Manel Navarro y sus tablas de surf en 2017, el festival de circo de Daniel Diges en 2011 o los trucos de magia de Soraya en 2009. Nuestros mejores resultados en la última década (dos décimos puestos, uno con Pastora Soler en 2012 y Ruth Lorenzo en 2014) tuvieron como elemento común la sobriedad. También la tuvieron casi todas las ganadoras del festival en los últimos años: Salvador Sobral (Portugal) en 2017, Jamala (Ucrania) en 2016, Mans Zelmerlöw (Suecia) en 2015, Conchita Wurst (Austria) en 2014, Loreen (Suecia) en 2012, Lena (Alemania) en 2010. Todos estaban solos sobre el escenario.
El espectáculo lo ganó todo en un último plano en el que Amaia y Alfred, tras ejecutar su canción con toda la corrección y profesionalidad que se esperaba de ellos, se abrazan y se miran sonriendo. Es inevitable que el público español intente ponerse en la cabeza de esos dos jóvenes que rodean los veinte años y hace un año ni tan siquiera soñaban con verse envueltos en un espectáculo como este.
La fórmula de la pareja dio buenísimos resultados a los Países Bajos en 2014. The Common Linnets, con su balada country Calm after the storm. Es considerada, unánimemente, la ganadora moral de aquel año en que Conchita Wurst se llevó la victoria real.
La victoria moral de este año será para España: haber enviado a un producto que no nos avergonzará al mirar atrás y que festeja algo que parece darnos rabia, como la celebración de los sentimientos. A veces no pasa nada por ser un poquito cursis. Aunque quedemos los 23.
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