Brigitte Macron sale airosa a un año de escrutinio como primera dama
El presidente francés cuida siempre que ella esté cerca, cuando habla busca su mirada, su aprobación, nunca le falta un gesto hacia su esposa
No es raro cruzarse por las calles de París con Brigitte Macron caminando con paso decidido junto a alguno de sus ayudantes. Es la manera que tiene la primera dama de Francia de hacer las cosas y de mantener su propio estilo a pesar de los protocolos. Para trabajar, dice su entorno, le gusta airearse. Y trabaja mucho, su agenda está repleta más allá de los múltiples viajes oficiales en los que acompaña a su marido, el presidente Emmanuel Macron, aunque suelen ser citas discretas, alejadas de las cámaras.
Porque Brigitte Macron se niega a ser una mera “mujer florero”, como subrayó durante su reciente visita a Washington en breves declaraciones al diario Le Monde. Pero tampoco es un ente totalmente libre. “Nunca hay un momento fuera del trabajo, donde estar totalmente tranquila. Tengo la impresión de que cada palabra que digo es una palabra de más”, lamentaba en sus inusuales confesiones desde la capital estadounidense. La primera dama habla muy poco, tanto en público —su primer discurso en solitario fue en diciembre, siete meses después de instalarse en el Elíseo— como ante los medios. Brigitte concede muy pocas entrevistas porque “no quiere decir nada que pueda poner en dificultades a su marido, no quiere arriesgarse a que sus palabras lo perjudiquen”, explicaba en una conversación con varios medios europeos en París el escritor Philippe Besson, amigo de la pareja desde 2014 y que formó parte de la comitiva francesa que viajó a Washington.
Uno de los pocos reveses que ha sufrido Emmanuel Macron desde su llegada al Elíseo es el rechazo popular con que se topó su intención de formalizar el papel de primera dama y dotarle de un presupuesto propio. Aun así, cada paso que da la esposa del presidente es analizado hasta el mínimo detalle. “No olvidemos que es un trabajo imposible”, advierte Besson. “Si se la ve demasiado, se la criticará por estar por todas partes. Pero si no se la ve, también se le recriminará que está ausente”.
Una año después de instalarse en el Elíseo, a pesar de que no era su sueño, sino el de su marido, Brigitte Macron parece sin embargo haber comprendido ya qué se espera de ella. “Estamos ahí sin estar ahí. Sobre todo no hay que importunar, porque a nosotras no nos han votado”, declaraba la primera dama en Washington. Por eso, aseguran los que la conocen, se ha tomado su tiempo para buscar su espacio y los temas que le interesan, centrados sobre todo en la educación, en niños con discapacidades y en cuestiones culturales. Como buena maestra que fue, cuida hasta el menor detalle su cartera. “Es ultraestudiosa, se implica mucho y lee cuidadosamente todos los dossiers que tiene que tratar”, afirma la periodista Maëlle Brun, autora de la biografía no autorizada Brigitte Macron, l’affranchie, publicada a comienzos de año. Según Le Figaro, la primera dama recibe cada día hasta dos centenares de cartas, una muestra de su popularidad. Y de la fascinación que ejerce, hasta el punto de que la poderosa Anna Wintour le ha pedido en repetidas ocasiones —y sin éxito hasta ahora— que le conceda una entrevista y poder ponerla en la mismísima portada de Vogue.
Será porque, como ha dejado claro ella misma, en estos momentos no tiene otra prioridad que la de ayudar y apoyar a su marido. La complicidad entre el presidente francés y su esposa es total. Ya durante la campaña, pero también, o sobre todo, desde que es presidente, Emmanuel Macron cuida siempre que ella esté cerca, cuando habla busca su mirada, su aprobación, nunca le falta un gesto hacia ella. Y no es un mero pacto político de cara a la galería. “Son una verdadera pareja”, aseguraba a este diario recientemente el poderoso empresario teatral Jean-Marc Dumontet, otro íntimo de los Macron. “Es una pareja que suena a verdadera”, coincide la directora de la revista Closer, Laurence Pieau. Lo suyo además es un compromiso de larga data. A la pareja les separan 24 años. Eso no es inusual en la política: es la misma diferencia de edad entre Donald y Melania Trump. Salvo que en el caso de los Macron, ella es la mayor. A sus 65 años, hace tiempo que Brigitte está jubilada como profesora, trabajo con el que se topó por primera vez con el que acabaría siendo el amor de su vida. Emmanuel Macron tenía entonces 16 años y participaba en el grupo de teatro que llevaba ella, de 40 años y madre de tres hijos, uno de ellos en la misma clase que el adolescente por el que acabaría divorciándose y contraviniendo todas las normas sociales. En octubre del año pasado, celebraron su décimo aniversario de boda. Su historia personal les une, les ha hecho muy fuertes, asegura el escritor Besson. “No se entiende nada de la pareja si se olvida su origen, que fueron ellos contra el mundo, por eso son indestructibles”.
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