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TRIBUNA
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Maduro: destruir y mentir

El presidente habla de ‘democracia’ cuando encabeza un régimen que es una dictadura abierta y activa

El presidente venezolano, Nicolas Maduro ,en Guaira (Venezuela), el pasado 2 de mayo.
El presidente venezolano, Nicolas Maduro ,en Guaira (Venezuela), el pasado 2 de mayo. CARLOS GARCIA RAWLINS (REUTERS)

De las 1015 palabras que contiene el artículo de Nicolás Maduro, Nuestra democracia es proteger, publicado en el Diario EL PAÍS el pasado 3 de mayo, no hay una que no sea mentira. Conviene detenerse y analizar el carácter de la pieza, en lo fundamental, un ejercicio en el que falacia, cinismo y ridiculez, se combinan a partes iguales.

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Que el artículo no contenga ni un trazo de verdad, es revelador: ratifica que el régimen ha cruzado la frontera de lo real, que vive a espaldas del extremo sufrimiento que padecen millones de familias en todo el territorio, y que, además de robar, reprimir y violar las leyes protegido por una inmensa estructura de impunidad institucional y militar, su otra gran política pública es la de falsear. Se trata de mentiras alucinantes, radicales y envueltas en la más manida fraseología izquierdista.

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Maduro habla de ‘democracia’ cuando encabeza un régimen que es una dictadura abierta y activa, que mantiene presos políticos, persigue y cierra a medios de comunicación, ilegaliza partidos políticos, asesina en las calles a personas que protestan de forma pacífica, somete a los presos políticos y a sus familias a una serie de procedimientos torturantes de aislamiento y desinformación, y niega el derecho a la atención médica a quienes la necesitan. No dice Maduro que en sus calabozos han muerto personas por falta de medicamentos. No dice que hay presos a los que, bajo tortura, han obligado a ingerir pasta mezclada con excrementos. No hace mención de los civiles detenidos que, violando la propia Constitución vigente en Venezuela desde 1999, son procesados por tribunales militares, especie de caja negra, regida bajo un único precepto: impedir la justicia por todas las vías posibles.

Curiosamente, y esto es esencial, la tribuna no tiene cifras. Ni una. Tras veinte años en el poder, el jefe del régimen no tiene ni un solo argumento que exhibir. Una frase de la falacia publicada por Maduro dice: “La economía es el corazón de nuestro proyecto revolucionario”. Veamos: en 1999, cuando el régimen se hizo con el poder, en Venezuela se producían 3.2 millones de barriles de petróleo por día. Hoy la cifra no llega a 1.4 millones. Esto equivale a una caída superior a 56% en casi 20 años, en una economía cuya dependencia del petróleo se ha ampliado en estas dos décadas.

Más cifras: casi 70% de las industrias que existían en 1999 han cerrado sus operaciones. El volumen de producción de alimentos no llega al 35% del que era en 1997. Maduro no habla de las expropiaciones y ocupaciones, de la destrucción de empresas, de la persecución de empresarios, del acoso policial, paramilitar y legal al que ha sido sometido y se somete al comercio. Todavía más sorprendente: ni una línea sobre la escasez extendida de todo, incluyendo medicamentos, insumos hospitalarios, artículos para el aseo personal, para el mantenimiento del hogar, y de todos, absolutamente todos los bienes que son necesarios para vivir. Hay que añadir que más de 50% de las unidades del transporte público se encuentra paradas por falta de repuestos.

La falacia llega a su más demencial expresión cuando omite mencionar la realidad de la hiperinflación, que ya ha cruzado toda previsión. En diciembre de 2017, la Agencia EFE publicaba una información aportada por la consultora Ecoanalítica, que estimaba que la inflación acumulada durante ese año fue de 2.375%. Hoy, cuando apenas ha comenzado el mes de mayo, las previsiones más conservadoras hablan de 18.000% de tasa inflacionaria para el 2018. A la pregunta de por qué EFE tuvo que apelar al dato de una reputada empresa de consultoría económica y no a cifras de alguna entidad oficial, específicamente al Banco Central de Venezuela, hay que recordar: porque en Venezuela no hay cifras oficiales. No se publican indicadores de nada, como si ello fuese suficiente para ocultar al país arruinado y de vida cada vez más miserable.

Maduro titula el artículo, Nuestra democracia es proteger, cuando en realidad, los hechos en toda crudeza, señalan exactamente lo contrario: Caracas se ha convertido en la ciudad con la más alta tasa de mortalidad del mundo. Otras 6 ciudades venezolanas forman parte del ranking de las 50 ciudades más peligrosas en los cinco continentes. Pero hay más: epidemias que habían sido erradicadas hace 40 o 50 años, han vuelto. Los indicadores epidemiológicos han sufrido una regresión de casi 80 años. Estudios realizados por la Universidad Católica Andrés Bello, la Universidad Central de Venezuela y la Universidad Simón Bolívar en el 2017, aportan datos demoledores: 9 de cada 10 personas —el horror: 90% de los venezolanos— no tiene ingresos suficientes para alimentarse. Otro más: 6 de cada 10 personas —60% de la población— había perdido, hasta finales del 2017, 10 kilos de peso promedio.

Más cifras: 90% de las escuelas ha cerrado el Programa de Alimentación Escolar —PAE—, lo que deja sin ni siquiera un desayuno a cientos de miles de niños de los barrios pobres del país. La tasa de deserción escolar en el sistema escolar público, alcanza casi un 50% de los escolares que inician la escuela: los padres retiran a sus hijos de la escuela porque no tienen ni siquiera dinero para transportarlos, ni mucho menos para adquirir cuadernos y lápices. El 60% de los estudiantes universitarios ha abandonado sus estudios para buscar trabajo o abandonar el país, buscando un mejor futuro.

Maduro delira. Habla de la Venezuela de hace veinte años de forma despectiva, tuerce la realidad, enmudece ante cuestiones como los vínculos de su Gobierno con el narcotráfico, la corrupción que atraviesa en todos los sentidos a todos los organismos de la administración pública, el cada vez más evidente enriquecimiento de sus funcionarios. Maduro no menciona a la Asamblea Nacional Constituyente, su abyecta, ilegal, ilegítima y fraudulenta creación, desconocida por casi 50 países en el mundo. No habla de los vínculos que su Gobierno tiene con países que violan los derechos humanos. No dice que los venezolanos están huyendo del país: casi dos millones en los últimos cinco años.

Pero el tono de su tribuna, a fin de cuentas, lo delata: no es más que una tapadera, un montón de prosa insulsa, estéticamente barata, un nítido ejercicio de su ruin catadura. Un montón de mentiras que vienen a sumarse al expediente de una oligarquía delincuente, que ahora mismo está al borde de su caída.

Miguel Henrique Otero es presidente y editor del diario El Nacional.

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