ETA: del pavor al ridículo
Debe resultar frustrante a los matones que no exista diferencia alguna entre disolverse o no hacerlo, puesto que ETA no es más que un espectro
ETA se ha extinguido en una ridícula parodia de lo que fue. Aspira a convertir su “desmovilización” del 4 de mayo en un acontecimiento heroico, pero la pantomina con que ha fingido disolverse interpela grotescamente a la nostalgia del terror: el vídeo obsceno de la BBC, el espacio clandestino del santuario francés y la solemnidad con que antaño proponía sus matanzas cavernarias. La propia implicación de Josu Ternera con la serpiente de la paz en el regazo se resiente de sus facciones espectrales. Será un hermoso detalle quitarse el pasamontañas. Y permitirnos observar la muerte con su disfraz de casco azul. De hecho, la estrafalaria contribución de los observadores internacionales pretende otorgar a la mascarada un sesgo cosmopolita, trasladar a la credulidad de la opinión pública la pretensión según la cual el desmantelamiento de ETA proviene de la negociación, de la generosidad y de la tolerancia.
La realidad es que ETA ha dejado de matar por impotencia. Por haberla aislado la policía y los jueces. Por habérsele resistido la democracia. Por haberla neutralizado la resilencia de la sociedad. Y porque la brutal irrupción del terrorismo yihadista desubicó la ferocidad nacionalista, demostró que la dialéctica de las bombas y de los atentados relacionaban la matriz del fanatismo y del oscurantismo: el hacha, la capucha, la bandera, la consigna, la cueva.
Los pistoleros desfiguraron la convivencia y la democracia con la extorsión y el pragmatismo mafioso, pero intentan convencernos de que su historial homicida y la convulsión de la sociedad representaron un trauma necesario en el camino hacia la independencia pacífica.
La única paz de ETA es la paz de los sepulcros. Y la única respuesta a la tragicomedia en Cambo-les-Bains consiste en la oportunidad de recrearnos con la grotesca agonía de la banda. Debe estremecer a los verdugos no ya la irrelevancia de su capitulación, sino la indiferencia con que la sociedad española percibe el último testimonio de la propaganda. Debe resultar frustrante a los matones que no exista diferencia alguna entre disolverse o no hacerlo, puesto que ETA no es más que un espectro, una abstracción, desde que se rindió y se humilló en octubre de 2011.
La pretensión de resucitar solo se explica en el eufemismo de la normalización. Aspira la banda a desvincularse de los crímenes pendientes. Intenta negociar una política penitenciaria indulgente. Insiste en reciclarse en la vida política no ya blanqueando su imagen y retorciendo el relato, sino convirtiendo a los asesinos en pioneros o mártires de la causa independentista.
Hay municipios de Euskadi donde ya se los canoniza como tales. Resultaría muy preocupante que ETA obtuviera una victoria póstuma. Y que prosperara un modelo de sociedad amnésica donde han fertilizado la omertá, la exclusión y la delación como presupuestos de la pureza étnica. ETA sólo habrá desaparecido cuando se hayan extinguido todos los huevos de la serpiente.
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