¿Fin de juego?
En Nicaragua la gente está demandando lo que pensó conquistar al echar a Anastasio Somoza en 1979: no más dictaduras, sean estas de derecha o de izquierda
Los últimos días de agitación política en Nicaragua han hecho trizas la delicada vitrina de cristales urdida por Daniel Ortega y Rosario Murillo para presumir de un estilo de gobierno que, según ellos, gozaba de enorme aceptación a nivel popular, por muy autoritario que le pareciera "a una minoría insignificante de la derecha". Hasta el 70% de aprobación daban supuestamente a Ortega y su mujer algunas encuestas. Esta ilusión de reinar invictos y amados parecía sostener el aplomo absolutista y la arrogancia con que la pareja aprobaba leyes y decretos, malversando el manejo institucional para adaptarlo a sus fines y desmanes. Desde una onerosa concesión canalera hasta la reciente y contenciosa reforma al Seguro Social, se aprobaron a toda velocidad en el Parlamento sin que fueran apenas consultados legisladores y funcionarios, incluso del partido de gobierno. Ortega y Murillo dominan de tal manera los poderes del Estado que su aparato de leales ejecuta los mandatos sin chistar. El que chista sabe que se juega el puesto y que lo echarán sin ningún miramiento.
Así las cosas, si la concesión canalera a Wang Yin, un empresario chino, fue la base para el surgimiento de un movimiento campesino que encarnó la oposición más contundente al régimen en los últimos once años, las reformas al Seguro Social han desatado una ola de descontento tan intensa que Ortega se enfrenta ahora con un pueblo que como dice una pancarta en estos días "nos quitaron tanto que perdimos el miedo". Torpes e inescrupulosos, Ortega y su mujer mandaron a apalear a pacíficos manifestantes utilizando grupos de choque de la Juventud Sandinista apoyados por una brigada de motorizados especialistas en sofocar protestas a punta de golpes y violencia. Los vídeos de estas palizas, las fotos de manifestantes sangrando, las heridas, los golpes y la suma de muertos por herida de bala, la impunidad permitida y la complicidad evidente de la policía fueron la gota que colmó la copa de la iniquidad.
Desde el 18 de abril, miles de nicaragüenses han salido a las calles a manifestar su repudio al régimen. Han gritado "Ortega y Somoza son la misma cosa", han derrumbado un buen número de los enormes árboles artificiales iluminados que la Primera Dama mandó poner por toda la ciudad. Verlos desplomarse rememora la emblemática escena de la estatua ecuestre de Somoza siendo derribada por el pueblo el 19 de julio de 1979.
Ortega se vio forzado a retirar el decreto que él mismo firmó. Sin embargo, ni rindió tributo a los 30 muertos de la jornada de disturbios y más bien insultó a los jóvenes protagonistas de estas insurrecciones. Ellos se niegan a detener sus protestas. El 23 de abril, la manifestación más grande que se haya dado en el país recorrió Managua y se reprodujo en varias ciudades importantes del país. La gente gritaba "que se vaya, que se vaya". Ya no basta que retire el decreto reformando el Seguro Social. La caja de Pandora se abrió y la gente está demandando lo que pensó conquistar al echar a Anastasio Somoza en 1979: no más dictaduras, sean estas de derecha o de izquierda.
Gioconda Belli es escritora nicaragüense
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