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Cifuentes, del ‘Gaudeamus’ a ‘La Patética’

La presidenta de la Comunidad de Madrid ha pasado un calvario del que la alivió el escándalo del supermercado

Cristina Cifuentes, en una imagen de archivo en la Asamblea de Madrid.Foto: atlas | Vídeo: CLAUDIO ALVAREZ | ATLAS
Juan Cruz

Una de las escenas más patéticas (hasta este miércoles por la mañana, cuando se la ve, supuestamente investigada por el robo en un supermercado) que ha vivido Cristina Cifuentes en su lucha por seguir agarrada al poder, a su lado o detrás, fue cuando tuvo que escuchar en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares el Gaudeamus igitur con el que acabó la ceremonia de entrega del premio Cervantes al nicaragüense Sergio Ramírez. El escándalo en el supermercado le ha hecho ahora escuchar La Patética de Beethoven, una música final para una carrera en caída libre.

En el Paraninfo ella estaba sola, rodeada de gente. Tuvo que apresurarse para seguir el paso del presidente Mariano Rajoy, se vio ausente, acompañada de la sonrisa que ahora exhibe sin besos volados, junto a la reina Letizia, flanqueada por el alcalde de Alcalá de Henares, ante un auditorio que, como ella, escuchaba el famoso himno universitario. En el supermercado estaba con un guardia de seguridad, revisando tarjetas. Patetismo mayor no esperaba, y ese patetismo la ha derribado.

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Se dice de los listos que saben Latín. Es posible que Cifuentes, tan lista como para aprobar sin estudiar, sepa Latín, por tanto habrá podido deletrear en ese idioma las palabras que se iban cantando ante tan docta cámara. Ella estaba allí como presidenta de la Comunidad de Madrid. Vestida de azul, como en el supermercado. Antes y después su compañero de charlas informales fue su compañero de partido, Mariano Rajoy, a cuya falda simbólica se asió como una niña busca la protección de su madre. La soledad la ha acompañado hasta en esa nefasta imagen del súper.

El lunes, en el Paraninfo, ella fue el blanco de todas las miradas: ¿con quién habla?, ¿quién le hace caso? ¿ya se fue? Había en torno a su figura la sensación de soledad que producen los seres humanos sobre los que cae una sospecha. Y el encuentro de los ojos sonroja, siempre pasa. En el súper le pasó lo mismo: estaba ante un vigilante que ni la miraba, atento tan solo a cumplir su obligación de supervisar los movimientos de la presunta.

Esta mujer ha pasado un calvario del que no ha querido aliviarse hasta este mediodía. En el caso de lo que ocurrió en Alcalá de Henares era simplemente invitada a sentarse en lo más alto. Pero el momento en que nos fijamos más en ella, en esa soledad que eligió cuando decidió desafiar la verdad sobre su máster y sus relaciones con la comunidad universitaria, fue cuando ante tanto catedrático ilustre, en el seno de la metáfora más perfecta de lo universitario, empezó a sonar el Gaudeamus. Las miradas buscaron entonces sus labios finos, su sonrisa invariable, y ante ese disparo de nieve que fue el himno ella se mantuvo incólume, blanca sobre el azul de su vestimenta. No abrió la boca, claro, y el texto cantado era en Latín, como siempre.

Pero en el español que se celebraba lo que dice en una de sus estrofas el Gaudeamus es: “Viva la Universidad/ vivan los profesores./ Vivan todos y cada cual/ de sus miembros, resplandezcan siempre”. En el supermercado su música fue un silencio patético. Cuando al fin dimitió no quiso reconocer ni que fuera por eso. No hubo dimisión por master, no hubo dimisión por las cremas. Dimite para que no gobierne el rojo Gabilondo.

Ella ha tenido el arrojo de poner contra las cuerdas, para defender su máster falso y luego para decir que aprenderlo no le importaba en realidad, el prestigio de una universidad en concreto y, con ella, a toda la comunidad que se identifica con ese canto que ella escuchaba como quien oía llover. Lo que no sabía es que su caída ya estaba dictada al oído de un digital al que le alcanzaron sus enemigos, y no los rojos, un video viejo que la ha convertido finalmente en una figura patética de la política madrileña.

Han sido sus últimos momentos patéticos. El que se produjo cuando le sonó el Guadeamus debió ponerla en guardia, porque estas personas tan listas saben Latín. Cualquier cosa que se cantara ante ella ya le sonaría a música fúnebre. Hasta que finalmente le han servido en bandeja la más patética de las músicas, el silencio en el cuarto de vigilancia de un supermercado donde dicen que se llevó sin pagar un par de cremas contra el envejecimiento. El tiempo siempre está en todas las caras del patetismo.

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