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MIRADOR
Columna
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Vivo con cuatro cosas y muchos libros. Las aplicaciones neurológicas de mi cerebro se renuevan leyendo

GETTY IMAGES

Me aferro a los objetos y me resisto a renovarlos. Si mis electrodomésticos aguantan mi cocina, puede hacerse nonagenaria conmigo. Mi teléfono móvil ya tiene cuatro años y me abruma la idea de tener que cambiarlo por otro. Sirve para lo indispensable y aunque a veces se congela y le fallan algunos detalles por culpa de la obsolescencia programada que le acecha, resiste con mucha elegancia. Celebro con chascarrillos la plenitud de las cosas que los cálculos consumistas han querido que se rompan y aguantan más allá de sus fuerzas.

Me gusta vivir con cuatro cosas indispensables y que envejezcan conmigo. La ropa de algodón se vuelve amorosa con el uso. Los zapatos se desgastan por los talones, pero son tan cómodos que prefiero un pequeño arreglo del zapatero antes que abandonarlos y cambiarlos por otros nuevos. Por otra parte, me impresionan y aplaudo los adelantos tecnológicos. Cuando voy al dentista contemplo con sorpresa las nuevas máquinas y sus avances. Disfruto con las noticias sobre el progreso tecnológico hermanado con la ciencia que ayudará a los médicos a curar y a diagnosticar bien muchas enfermedades. Viajo en trenes de alta velocidad y me emociono con tantos avances buenos que nos facilitan la vida.

Pero en el día a día no necesito muchas cosas. Mi teléfono móvil o mi ordenador podrían envejecer conmigo tranquilamente si les dejaran ser como los objetos de antes, que se construían para durar. Por otra parte, soy incapaz de bajarme bien las nuevas aplicaciones, que ya no se entienden con unos aparatos que ahora resultan antiguos. Pero yo no quiero jubilarlos, todavía funcionan a su manera. Cumplen con su esencia y deben durar hasta el final.

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Me cuesta deshacerme de las cosas que han pasado tantas horas conmigo. Las camisetas descoloridas, los platos levemente descascarillados por el borde, los jerséis llenos de bolas, los pantalones vaqueros a punto de ceder por las pantorrillas, el abrigo de hace quince temporadas, la comodidad sobre mi cuerpo. Tal vez soy un prototipo de persona de otro tiempo, pero soy inmensamente feliz cuando llega la tarde y desconecto de la realidad tecnológica y me acomodo en un sillón de orejas y me pongo a leer un libro. Lo confieso, actualizo mi vida con los libros, que voy sumando cada año a mis horas de placer, y se aposentan ufanos, una vez leídos, en mis estanterías. Vivo con cuatro cosas y muchos libros. Me actualizan los libros, las aplicaciones neurológicas de mi cerebro se renuevan leyendo. Me alegra la vida esa declaración de amor que esconde la buena literatura.

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