_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Máster

En vista de que ya solo la gimnasia bloqueaba nuestra licenciatura, mi amigo Eduardo y yo decidimos consultar a las brujas de Macbeth

Fernando Savater
© GETTYIMAGES

Ahora que estamos entre conmociones y fraudes universitarios, me gustaría revelarles que nunca acabé la carrera, que todo fue una farsa y que una década después de la jubilación, puedo quitarme la máscara y sacarle la lengua al mundo. ¡Ya me parecía a mí! —dirá más de uno—, ¡es la desfachatez de los intelectuales! Lo siento, eso sería mentir para darme importancia. Lo cierto es que me licencié, pero recurriendo a engaños. No fue por culpa de mis algaradas políticas —soy puro sesentaiocho, qué le vamos a hacer— ni por mi poca afición al estudio, sino por una maldita asignatura que se me atascó año tras año: ¡la gimnasia! No es cosa de risa, porque uno entonces se quedaba sin el título por culpa de esa “maría” lo mismo que suspendiendo metafísica o lógica. Desde mis años colegiales supe que yo no tenía nada que ver con el plinto o las espalderas, esos instrumentos medievales de tortura, ni había nacido para trepar por una soga aún en una época feliz en la que pesaba bastante menos que ahora. Ni siquiera el potro me motivaba, pese a mi afición hípica...

En vista de que ya solo la gimnasia bloqueaba nuestra licenciatura, mi amigo Eduardo y yo decidimos consultar a las brujas de Macbeth. Nos aconsejaron que alquilásemos un par de raquetas y fuésemos unas cuantas tardes a las pistas de la Ciudad Universitaria. Nadie se preocupaba de nosotros, que paseábamos de arriba abajo, con las raquetas enfundadas, admirando sinceramente a los jugadores sudorosos y sobre todo a las jugadoras de muslos poderosos y relucientes. Después, sin haber buscado pista ni molestado al orbe con nuestra torpeza, firmábamos en la entrada la asistencia y nos íbamos al cine. ¡Habíamos hecho nuestro máster! Así aprobamos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_