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Una reunión de ciberactivistas con una sola norma: no desvelar las identidades

Una veintena de personalidades africanas ha participado en el Internet Freedom Festival, un encuentro de defensores de los derechos digitales que se celebra cada año en Valencia

Un activista procedente de Kenia manipula su tablet durante el Internet Freedom Festival.
Un activista procedente de Kenia manipula su tablet durante el Internet Freedom Festival.Carlos Bajo Erro
Carlos Bajo Erro
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Los apagones de Internet y los bloqueos aparecen pronto en la conversación. El resto de los comentarios giran en torno al alto precio de las tarifas de datos móviles, o de los escasos contenidos en la red en lenguas africanas. Así es como se desarrolla una charla informal entre un grupo de asistentes al Internet Freedom Festival (IFF) que se celebra cada año en Valencia. En este caso, son participantes que proceden de países africanos. Ellos y ellas tienen sus propias necesidades en la defensa de los derechos digitales.

En el corro, oriundos de Kenia, Tanzania, Uganda, Zimbabue o Nigeria, ponen en común experiencias y obstáculos. En la conversación son una docena, pero durante el festival pasarán por las salas del complejo de Las Naves, entre veinte y treinta activistas de África subsahariana. Entre ellos, predominan los anglófonos y, ligeramente, las mujeres. A pesar del carácter reducido del grupo, sus inquietudes reflejan los principales problemas a los que se enfrentan no solo los activistas, sino todos los ciudadanos que se asoman a la red de redes en el continente.

La reunión, como el resto del festival, se desarrolla bajo una estricta observación de las normas de privacidad de los participantes. La regla impone que se puede hablar de lo que se escucha en las reuniones, pero no puede trascender quién lo ha dicho. Además, los y las participantes no están obligados a utilizar su verdadero nombre; no se acostumbra a hacer fotos, ni a insistir demasiado sobre la identidad o la procedencia. En general, el ambiente críptico es una reminiscencia del espíritu hacker que anima el festival. Sin embargo, la mayoría de los asistentes no tienen problema en compartir sus contactos y de hecho se busca hacer y reforzar las redes. Aunque, por otro lado, no se puede perder de vista que por las salas del IFF caminan activistas y disidentes de todo el globo. Al fin y al cabo, la regla de Chatham House (los participantes tienen el derecho de utilizar la información que reciben, pero no se puede revelar ni la identidad ni la afiliación del orador) es una precaución.

Es inevitable que desde Etiopía traigan a colación los cortes de la red justificados que, casualmente, han coincidido con protestas populares

La mayor parte de los activistas africanos habla, por experiencia, de los bloqueos de Internet, porque los han vivido durante los últimos años. Es inevitable que desde Etiopía traigan a colación los cortes de la red justificados con algunas convocatorias de exámenes nacionales que, casualmente, han coincidido a veces con procesos de protestas populares. Las ugandesas recuerdan entonces que en las últimas elecciones también se produjeron interrupciones.

La conversación continúa sobre las diversas formas de limitar el acceso de la ciudadanía a las herramientas digitales. Una mujer y un hombre kenianos, apuntan a las tarifas de las compañías de telefonía. La mujer continúa asegurando que esa es una de las principales barreras. Un joven activista zimbabués, recuerda las fórmulas que dan acceso a Facebook o a WhatsApp, por ejemplo, “pero eso no es acceso a Internet”, sentencia.

“¿Vosotros tenéis muchos contenidos en igbo (lengua que hablan unos 20 millones de personas en Nigeria)?”, pregunta una participante llegada de Zimbabue a otra que trabaja en Nigeria. El reflejo digital de las lenguas nacionales es otra de las preocupaciones. En el grupo hay miembros de colectivos que en África Oriental trabajan en la traducción de contenidos digitales al swahili (sobre todo en Tanzania y Kenia) o al xhosa (Sudáfrica). Tal vez una de las vías de crecimiento de Internet en el continente pase por la producción de contenidos en lenguas nacionales.

Los obstáculos para el acceso, que se concretan en el control de las redes de telecomunicaciones, la accesibilidad de los contenidos y los precios del propio servicio, no son el único punto en común en la valoración de estos activistas africanos. Además de las derivas de limitación técnica de la libertad de expresión, otra ola recorre en los últimos años el continente: las leyes contra la cibercriminalidad. Antes, incluso, de que Internet fuera una realidad generalizada, las autoridades han querido establecer límites. Los gobiernos se han dotado de instrumentos para poder controlar la actividad en las redes, la que pueda comprometer la seguridad, por supuesto, pero también la que pueda comprometer su poder.

En muchos lugares, las mujeres no tienen a su alcance el acceso a Internet, entonces todas las soluciones que diseñemos no se pueden aplicar”

Neema es una de las activistas del encuentro. Ha venido de Uganda y trabaja desarrollando soluciones tecnológicas que mejoren la comunicación entre las autoridades y los ciudadanos. Y durante el festival presentó una ponencia sobre las soluciones a través de sistemas de voz que se están usando para la sensibilización sobre planificación familiar o la información de salud materno filial, pero también para luchar contra la violencia hacia las mujeres o para evitar el acoso a colectivos como el LGBTIQ. El anonimato y la confidencialidad, o la posibilidad de utilizar lenguas locales, son algunas de las características que explican los buenos resultados.

Este grupo de activistas digitales africanos han sacado todo el partido en Valencia a un programa en el que se compartían experiencias desde Rusia hasta Honduras, desde Vietnam hasta Venezuela; en el que se hablaba sobre herramientas como la aplicación de cifrado Sunder, o los sistemas de protección de Google; o han conocido de primera mano las amenazas a las que se enfrentan los exiliados tibetanos, los colectivos feministas en Brasil, los periodistas en Pakistán o los colectivos LGBTIQ.

A Sylvia, que viene de Kenia, lo que le interesa es el enfoque de género del uso social de la tecnología. “En muchos lugares, las mujeres no tienen a su alcance el acceso a Internet, entonces todas las soluciones que diseñemos no se pueden aplicar”, explica. “Según en qué círculos y en qué culturas”, advierte Sylvia, “las mujeres están aún más silenciadas, tienen menos posibilidades de expresarse, por diferentes motivos, empezando porque los servicios de datos móviles son caros”. Cerca de ella, una joven se centra en el acoso en las redes. Viene de Uganda. Y explica cómo solo por una venganza, un hombre empieza a contar mentiras de una mujer en las redes sociales, sus amigos se unen y empiezan a acosarla, a atacarla duramente, a menospreciarla. El final esos asedios, operaciones de acoso y derribo, pueden ser el aislamiento de las mujeres. Por eso, su labor consiste en sensibilizar y capacitar.

Así de complicado es el panorama digital africano, desde los gobiernos antidemocráticos hasta los troles más burdos. Para conseguir explotar los beneficios de la red de redes los activistas necesitan derribar muros tan altos como los intereses empresariales y tan firmes como los prejuicios culturales. Para conseguirlo se unen a la más mínima ocasión. Los activistas viajan miles de kilómetros para buscar en los demás las soluciones que ellos puedan aplicar y para compartir sus experiencias con cualquiera que las pueda aprovechar.

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Sobre la firma

Carlos Bajo Erro
Licenciado en Periodismo (UN), máster en Culturas y Desarrollo en África (URV) y realizando un doctorando en Comunicación y Relaciones Internacionales (URLl). Se dedica al periodismo, a la investigación social, a la docencia y a la consultoría en comunicación para organizaciones sociales.

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