Intercambios
Retiré el brazo, escondiéndolo de inmediato entre las sábanas, al tiempo que la otra mano, espantada también por el encuentro, huía en la dirección contraria


En medio de la noche, alargué la mano izquierda hacia la mesilla en busca del somnífero que suelo dejar allí para las emergencias, cuando tropecé con otros dedos que buscaban lo mismo que los míos. Retiré el brazo, escondiéndolo de inmediato entre las sábanas, al tiempo que la otra mano, espantada también por el encuentro, huía en la dirección contraria. Permanecí despierto hasta el amanecer, aunque con los ojos cerrados. Cuando al fin me atreví a abrirlos, comprobé que la pastilla continuaba allí. Me levanté, me arreglé, salí a la calle y el suceso fue evaporándose de mi conciencia como un sueño.
A los pocos días, al meterme la mano en el bolsillo del pantalón en busca de unas monedas con las que pagar el periódico, tropecé de nuevo con la mano, cuyo tacto me cortó la respiración. ¿Se encuentra usted bien?, preguntó el quiosquero al percibir la brusquedad con la que había sacado la mano del bolsillo. Le dije que sí, aunque le pagaría al día siguiente, pues había salido sin dinero. Llegué a casa, me cambié de pantalón y me tomé un ansiolítico para recuperar el ánimo. Trabajé durante toda la mañana procurando no pensar en lo sucedido. Pura sugestión, me decía cada vez que me venía a la memoria el encuentro con aquellos dedos ajenos hurgando en mis intimidades. La verdad es que los conocía desde la infancia, pero hacía siglos que no me visitaban.
Esa misma noche, estaba viendo el telediario con las dos manos a la vista para evitar sorpresas, cuando percibí un roce suave en la palma de la derecha, como si una mano lejana estuviera acariciando una superficie cuyos efectos sin embargo se manifestaran en la mía. Era un tacto muy suave, como de vello púbico. Me retiré pronto y gocé de una extraña noche de amor.
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