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El excombatiente kurdo que quiere volver a luchar, esta vez por su futuro

Esta es la historia de Selam, de 20 años, que se ha dejado atrás su pasado de miliciano y vive como refugiado en el norte de Europa

Selam muestra su tristeza tras la videollamada de un amigo que sigue combatiendo en Siria.
Selam muestra su tristeza tras la videollamada de un amigo que sigue combatiendo en Siria.Francesca Pettinato
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Por la noche, Selam suele ir al pub. Siempre es una buena manera de relajarse con los amigos para intentar aligerar los días. “Cuando ves a tus seres queridos y a tanta gente morir, uno detrás de otro, no puedes sentir dolor. Solo un gran nudo en la garganta sin palabras, ni duelo, ni lágrimas. Por ejemplo, esta mañana me han dicho que ha muerto un primo mío y no he reaccionado. La muerte ya no me conmueve”, explica entre el caos del pub. Eran palabras dolorosas, pero no sorprendentes viniendo de alguien que, como él, ha luchado en la milicia kurda Unidades de Protección Popular (YPG, por sus siglas en kurdo). Tanto las YPG como las YPJ (Unidades de Protección de las Mujeres, formadas únicamente por milicianas) son las dos principales fuerzas armadas de la región kurda de Rojava, en el norte de Siria.

Selam lleva viviendo en el norte de Europa desde verano de 2017. Al poco de llegar, consiguió la condición de refugiado. Esta zona del continente es la que recibe más solicitudes de asilo y se ha convertido en tierra prometida para muchos emigrantes. La meta, tanto de los que atraviesan la ruta de los Balcanes como de los que llegan a Italia, es alcanzar la que consideran un lugar mejor para prosperar y encontrar trabajo. Desde 2015, la política europea ha cambiado su postura frente a la crisis de los refugiados. Los países afectados directamente, como Italia o Grecia, han llegado a acuerdos con Libia y Turquía para restringir la afluencia masiva de personas, pisoteando los derechos humanos. La canciller Angela Merkel invitó expresamente a los sirios a que fuesen a Alemania y solicitasen el reconocimiento como refugiados, a diferencia de lo que ocurrió en otros países europeos. La llegada de todas esas personas supone un aumento del número de trabajadores listos para integrarse en la mano de obra que el país necesita. Por el contrario, Gobiernos como el de Hungría y Croacia han blindado más sus fronteras y adoptado políticas racistas y nacionalistas.

Con voz potente, Selam cuenta su historia desde que tenía nueve años. Desempeñó diferentes trabajos: mecánico, vendedor de mecheros por las calles y limpiabotas. Su padre no se interesaba por su vida ni por la de sus hermanos. Los abandonó y se volvió a casar, así que su madre decidió llevarse a sus hijos a Europa. Selam prefirió quedarse porque se sentía muy unido a su patria, Kurdistán.

A los 13 años, dejó el colegio por las ideas de confederalismo democrático que había aprendido de las YPG. “A los 16 iba a cursos de las Unidades de Protección Popular en los que se enseñaban ideas democráticas que te preparaban físicamente para la batalla. En las clases, aprendía literalmente a que no me matasen y cómo combatir”.

Siempre llevábamos una granada encima, por si acaso estaban a punto de capturarnos. Preferíamos saltar por los aires que ser sus prisioneros

En 2014, participó de manera activa en varias operaciones militares contra el Daesh (el autoproclamado Estado Islámico) en Kobane, Sinjar y Manbij, y el pasado octubre asistió a la liberación de Raqa a través de las videollamadas de amigos que luchaban allí. “La sangre de los combatientes de las YPG fue decisiva para liberar las ciudades”, afirma con voz áspera. A continuación, describe las diferentes operaciones militares, que podían durar hasta seis meses, en las que solo tenían tiempo para comer y dormir no más de cuatro horas seguidas cada noche. Durante ese periodo dormía en el suelo, pegado a los demás combatientes y amigos para conservar el calor y al lado de los vehículos, agarrado a su arma, porque, en caso de ataque, los coches eran el primer objetivo.

Selam denuncia también la masacre de los yazidíes y las atrocidades cometidas contra ellos, así como la venta de mujeres y niños. Enseña una foto de un niño yazidí en su móvil. Tiene los ojos intensamente azules, una leve sonrisa, y con la mano hace el signo de la victoria. “Mataron a sus padres y a él lo metieron en la cárcel. Lo liberamos durante una batalla y conseguimos reunirlo con el resto de su familia. Esto demuestra que, de alguna manera, en la guerra hay amor”, reflexiona.

El único objetivo del Daesh es controlar y matar a la gente que no profesa la religión musulmana, y por tanto, infringe la sharía. La amenaza afecta también a la región kurda de Rojava, en el norte de Siria, y por eso gran parte de su población se alistó en la milicia de las YPG. Fue lo que hizo Selam a los 17 años. El excombatiente aprovecha para hablar de la agresividad de la propaganda terrorista y cuenta que la organización está formada sobre todo por hombres fáciles de controlar y manipular a los que se llena la cabeza de falsedades.

Incluso los combatientes que vienen de otros países son personas que no están integradas en la sociedad y que buscan poder y un objetivo. En la guerra encuentran ambas cosas, son implacables, no se detienen ante nada ni ante nadie y están dispuestos a sacrificarse a sí mismos en nombre de Alá. “Siempre llevábamos una granada encima, por si acaso estaban a punto de capturarnos. Preferíamos saltar por los aires que ser sus prisioneros. Si te cogían, te mataban poco a poco dejándote morir de hambre. Te quemaban o te sometían a toda clase de torturas; te hacían sufrir muchísimo porque querían que desearas morir. Te ponían al borde de la muerte durante meses".

Un año combatiendo equivale a 10 años de vida ‘normal’ de una persona

"Cuando nosotros los hacíamos prisioneros a ellos, no los matábamos ni los torturábamos. Estaba terminantemente prohibido. Queríamos que antes hablasen. Normalmente, los combatientes de Oriente Próximo nos rogaban que no los matásemos y siempre negaban sus crímenes. Los que eran extranjeros nos despreciaban, nos consideraban kafir (infieles) y nos decían que merecíamos la muerte”.

Con el cuerpo cubierto de tatuajes y cicatrices que hablan de sufrimientos y batallas, es inconcebible que esa persona que habla de los horrores de la guerra tenga menos de 20 años. A pesar de estar lejos de su tierra, Selam busca la manera de sentirse cerca de ella. Se dirige a una asociación kurda en la que participa en actos y charlas. Está vacía. La luz fría y mortecina ilumina las fotografías de mártires y milicianos. Sobre la mesa hay banderas de las YPG junto con retratos del histórico líder de los kurdos Abdalá Ocalan, que cumple cadena perpetua. Selam enseña fotos de mujeres, de hombres, de simples combatientes y de generales. Conoce sus nombres, sus historias, y cómo se han sacrificado.

Selam acaba su té con calma y luego dice: “Cuando las balas me dieron en la pierna, noté un pellizco fuerte. En cuanto te das cuenta de lo que ha pasado, tienes que inyectarte morfina rápidamente”. No se acuerda demasiado de sus primeras heridas de bala porque, gracias a Dios, después de tomar la morfina perdió el conocimiento antes de sentir nada.

Después, en cuestión de segundos, su cara se pone seria: “Durante la operación en Kobane iba con un grupo de 25 soldados. Estábamos solos, lejos de nuestros amigos. Al cabo de tres días, conseguimos salir. La mayoría de nosotros murió. Al principio, el Daesh nos disparaba con tanques, y luego empezó a lanzar granadas y minas al edificio en el que estábamos escondidos. Estuve 19 horas enterrado bajo ruinas y cascotes con varios huesos rotos; hasta tuve que hacerme el muerto cuando oí que el enemigo se acercaba. Logramos escapar y pude comunicar nuestra localización a nuestros compañeros, que nos rescataron. En serio, un año combatiendo equivale a 10 años de vida normal de una persona”, asegura riendo.

Selam con el documento en el que se ordena su traslado a un alojamiento en las afueras de la ciudad.
Selam con el documento en el que se ordena su traslado a un alojamiento en las afueras de la ciudad.Francesca Pettinato

Selam siguió participando en más batallas y volvieron a herirlo, pero en 2016 su salud empeoró. En Kobane no hay hospitales, así que no tuvo más remedio que pensar en marcharse a Europa para reunirse con algunos familiares y recibir tratamiento médico. Se fue de Turquía y estuvo una temporada en Grecia. Luego emprendió un viaje por vías irregulares junto con otros muchos emigrantes en dirección al norte de Europa. A su llegada, obtuvo un documento identificativo que le permitía moverse libremente por el país.

“La burocracia es larga y aburrida”, se queja, “pero ahora tendré la posibilidad de asistir a clases de idioma y buscar trabajo”. Pronto podrá mudarse a su propio piso, ser independiente y llevar una vida tranquila. Su único objetivo es “volver a luchar". "Sí, pero esta vez por mí, no por otros”.

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