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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La UE no puede avanzar solo con el apoyo de las élites

La adhesión al proyecto europeo desciende entre los sectores menos beneficiados por la integración

Milagros Pérez Oliva
La canciller alemana, Angela Merkel y el presidente francés, Emmanuel Macron.
La canciller alemana, Angela Merkel y el presidente francés, Emmanuel Macron. OLIVIER HOSLET (EFE)

El presidente francés Emmanuel Macron y la canciller alemana Angela Merkel han anunciado que en los próximos meses pactarán una hoja de ruta “clara y ambiciosa” para dar un nuevo impulso a la integración europea. Macron habla de “refundación de la UE”. Merkel, más prudente, de “avanzar juntos por caminos que nos lleven al futuro”. Sea como fuere, ambos parecen conscientes de la grave crisis de legitimidad que atraviesa la UE. Con el Brexit a punto de consumarse y un constante avance electoral de las fuerzas euroescépticas en diferentes países, el último de ellos Italia, la UE tiene que repensarse y alumbrar un modelo capaz de ilusionar de nuevo a la mayoría de los europeos.

Pero para acertar en la receta es preciso acertar antes en el diagnóstico. No cabe duda de que el Mercado Único ha sido un factor de prosperidad para toda Europa en muchos ámbitos, especialmente el económico. Desde que se implantó, la riqueza ha crecido en toda la UE un 57% y en España un 48%. Y sin embargo, la desafección crece a un ritmo preocupante. ¿Por qué? Muchos políticos y académicos tratan de responder a esa pregunta. Entre ellos se encuentra Javier Arregui, investigador de la cátedra Jean Monnet de Gobernanza de la UE y profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Pompeu Fabra, y su respuesta es muy categórica: porque la pertenencia a la UE no beneficia a todos por igual. En el estudio Ganadores y perdedores de la integración muestra, con numerosas fuentes bibliográficas, cómo los colectivos que expresan más desafección, según muestra un análisis de las encuestas que Eurostat hace desde 1974, son también aquellos que menos ventajas han obtenido. La creciente desafección es consecuencia, según el estudio, de la ausencia de políticas que puedan satisfacer a la mayoría de los ciudadanos.

La agenda social ha quedado relegada y las políticas redistributivas han funcionado “de modo selectivo y hasta discrecional”. El resultado es, según Arregui, que la identidad europea está sostenida en estos momentos por una élite política y económica, la sociedad civil europea próspera, formada por empresarios, directivos de empresas, profesionales, estudiantes, científicos y ciertos autónomos, claramente favorables a continuar la integración porque son los que más se benefician de ella. Pero esas élites entusiastas apenas representan el 20% de la población.

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Entre quienes menos apoyo muestran a la construcción europea figuran los estratos formados por trabajadores de cuello azul, los de baja cualificación y la legión de parados, cuya fe en la UE declina por momentos. Pese a los mecanismos de solidaridad interna, son los colectivos peor posicionados para encarar los efectos de una globalización que ha comportado un aumento de las desigualdades en todos los países de la UE.

La gráfica sobre la evolución del sentimiento de adhesión tiene forma de dientes de sierra. A lo largo del tiempo se han producido caídas que han coincidido con las crisis económicas. El problema es que en cada crisis, la línea resultante ha quedado un poco más abajo. Macron tiene razón. Hay que refundar la UE. Pero hacerlo de manera que puedan tenerse en cuenta los intereses de la mayoría. Mientras no se amplíe ese 20% de ciudadanos sobre el que se apoya la identidad europea, el futuro de la UE estará en cuestión.

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