_
_
_
_
CLAVES
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los grandes machos

Necesitamos líderes, pero sólo a condición de que existan mecanismos de control de su supremacía

Máriam M-Bascuñán
Aplausos al presidente chino Xi Jinping tras un discurso.
Aplausos al presidente chino Xi Jinping tras un discurso. NICOLAS ASFOURI (AFP PHOTO)

Viejos espantos ensombrecen el orden global: la añoranza de líderes fuertes que sacien nuestras ansiedades ante el estallido de las grandes identidades (nación, raza, género, clase). Los hombres fuertes emergen así como muros que fingen protegernos frente a la vulnerabilidad generada por la desprotección social. Un movimiento político heredero del fascismo europeo domina la India del supremacista Modi. Xi refuerza ilimitadamente su reinado en China. La temerosa Rusia vuelve a aupar el belicoso erotismo de Putin.

Tal es el contexto en el que encajan las recientes declaraciones de Sarkozy, el presidente que elevó su figura con zapatos especiales y disfraces de testosterona. Dice el exdirigente imputado que “donde hay grandes líderes no hay populismo”, algo que corroboran China, Rusia y Arabia Saudí. Será por eso —añade en su aparente despliegue de lucidez— que las democracias modernas destruyen los liderazgos. Al parecer, Putin, “hombre previsible, con quien se puede hablar y que respeta la fuerza”, encabeza la lista de luminosos líderes surgidos en países no democráticos. Las elecciones impedirían proyectos visionarios y explicarían el desplazamiento del eje del poder de Occidente a Asia ante una gobernanza democrática que ya no ofrece estabilidad ni prosperidad.

También Trump se suma al entusiasmo por el ordeno y mando al declarar, ante el omnipotente Xi, que a esa forma de poder “quizás podamos darle una oportunidad un día”. Mientras se consolidan los nuevos príncipes, en el mundo euroatlántico surgen otros que ven la democracia como un tren al que subirse para llegar a destino (Erdogan dixit) y aquellos que, siendo elegidos, por lo visto ya no creen en ella. ¿A qué viene esta envidia de pene frente a los grandes machos euroasiáticos? ¿Qué se añora?

La democracia se pensó como un sistema para controlar el poder, evitar su concentración y ponerlo a disposición de una ciudadanía que garantizara sus derechos individuales. Necesitamos líderes (no salvapatrias providenciales), pero solo a condición de que existan mecanismos de control de su supremacía. Muy mal van las cosas cuando del “There is not alternative” hemos pasado al “ellos son la alternativa”. ¿Solo se nos ocurre esto? @MariamMartinezB

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_