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La paradoja y el estilo
Columna
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Aguas de marzo

Mientras los embalses vuelven a llenarse gracias a las lluvias, la gente discute sobre el lujo

Givenchy con Audrey Hepburn en 1983.
Givenchy con Audrey Hepburn en 1983.CORDON PRESS
Boris Izaguirre

Mientras los embalses vuelven a llenarse con ese lujo líquido que es el agua, en lo seco la gente discute sobre el lujo. La asociación de empresarios Fortuny, que preside el Marqués de Griñón, agrónomo y padre de Tamara Falcó, aprovechó la alegría que le provocan estas aguas de marzo para abrir el grifo y regar el debate sobre los significados que la Real Academia Española otorga a la palabra “lujo”. Según nuestro diccionario, el lujo es “abundancia de cosas no necesarias” o “demasía en el adorno, en la pompa y en el regalo”.

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Desde la escasa relación que he podido tener con el lujo —en plan cara a cara—, el último significado lo encuentro, cuanto menos, antipático y gruñón. El lujo no es un problema. El problema es la falta de recursos económicos que impide acceder a él. Por eso con el Plan Marshall, después de la Segunda Guerra Mundial, ya se empezó a hablar de la democratización del lujo. Y se llamó prêt à porter.

Lujos hay muchos. Y para todos los gustos. Para Carlos Falcó, marqués de Griñón, el lujo es “una experiencia”. Y recuerda un momento junto a su hija Sandra con quien, “al aire libre en un día soleado del pasado diciembre”, cocinó una tortilla de patatas con el primer aceite de su cosecha. “Esto es un lujo y hay que mantener esa definición”, proclamó. Y así maridó el término con algo singular, con una emoción, con lo irrepetible.

La suerte es poder hacer esa tortilla de patatas con un castillo detrás y una finca de 100 hectáreas de olivo delante. Otro lujo puede ser estirar hasta fin de mes los 700 euros de una pensión cocinando una tortilla con el aceite del marqués. Quizás yo sea demasiado caribeño para entender todo esto, pero sigo creyendo que el lujo es comprar cosas caras. A mí eso de la experiencia, de la emoción, del aire libre y la tortilla no lo veo tan lujoso. En cambio, lo del castillo y la finca, sí. De hecho, me encantaría comprarme un castillo. O dos. Y llenarlos de experiencias irrepetibles.

Escultura de arena en homenaje a Stephen Hawking creada por el artista indio Sudarsan Pattnail
Escultura de arena en homenaje a Stephen Hawking creada por el artista indio Sudarsan PattnailEFE

Otra experiencia irrepetible, y muy emocional, fue el estreno de Torrente hace 20 años. El tiempo también es un lujo. Igual que el éxito. Pero la celebración por este aniversario, como no, se ha visto un poquito embarrada por el rifirrafe entre el director del filme, Santiago Segura, y la actriz Neus Asensi, que participo en tres de las entregas de la saga. La pelea en sí es muy Torrente. Neus, que es un lujo de persona, se arrepiente de haber participado en la experiencia del rodaje de Torrente. Como consecuencia, Segura se dio el lujo de bloquearla de sus redes sociales. Puedo entender cualquier torrente emocional, pero yo no me pondría así. Neus estuvo estupenda en sus tres interpretaciones y Santiago consiguió avizorar muchas de las experiencias que hemos vivido en España por creernos menos Torrente de la cuenta.

A título personal, encuentro un lujo estar viajando por España en la promoción de mi nueva novela. Para mí, España es un lujo. Con sus tortillas, sus rifirrafes, y esa sensación de que todos los días pasa algo. A muchos les parecerá exagerado o una abundancia de cosas o palabras no necesarias, pero ahora que invierto mucho tiempo en Estados Unidos, valoro muchísimo lo entretenido que es vivir aquí. Mientras que en USA todo es más controlado y mecánico, en España cada cosa es una emoción y tiene significado.

También conseguir ser quien quieres ser pese a todos los obstáculos, es un lujo. Por eso lamentamos la marcha en la misma semana de Stephen Hawking y Hubert de Givenchy, hombres que trabajaron la ciencia y el lujo. Jamás me imaginé que Hawking, pese a la precariedad de su salud, fuera a morir pronto. Casi parecía que lo haría yo antes. Y en cierta manera pensaba lo mismo del sofisticado y encantador diseñador Givenchy. Su irrepetible experiencia profesional junto a Audrey Hepburn creó un estilo que unificaba belleza, sencillez y elegancia que sirvió para hacer más accesible la posibilidad de ser como Audrey. De rozar otro lujo: verte bien sin parecer exagerada o demasiado adornada. Hawking nos hizo sentir que poseíamos el lujo de comprender el universo. Y Givenchy nos dio ese pequeño traje de cóctel negro, que ofrece a las mujeres una armadura moderna con la que enfrentar muchas batallas, muchas aguas de marzo.

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