La importancia de ser feliz
En realidad, no creo que sea tan importante ser feliz: he aprendido que es más importante la infelicidad; es un estado que me hace reaccionar.
Me resultan curiosas las diferencias entre lo que interesa a la audiencia latina en Estados Unidos y lo que hace feliz al público español. Por ejemplo, al programa de televisión en el que colaboro en Telemundo, llegaron numerosas llamadas de España insistiendo en que les ayudáramos a contactar con Arantxa Sánchez Vicario, que vive en Miami y atraviesa un infeliz divorcio. Arantxa no forma parte de los personajes de los que opinamos e informamos. En España no podían entenderlo. “¡Pero si es la noticia del momento!”. Pues no; aquí no. Aquí la noticia es otro divorcio, el de cuatro actores de telenovelas que decidieron divorciarse a la vez y uno de los varones exigió pruebas de ADN a la madre del hijo que tuvieron en común. “¿Quiénes son esos?” preguntaron desde Madrid. Lo que les respondimos no les interesó.
“¿Arantxa no es famosa en Miami?”. Lo es, a su manera y en su mundo. En realidad es una persona con un divorcio fastidioso y con amenaza de volverse un culebrón. Me apena verla respondiendo a la insistente prensa española; debe sentirse aliviada de que la latina la deje tranquila. Prefiero recordarla en casa de un amigo común, frente a la bahía, comiendo helados orgánicos que disfrutábamos convencidos de que no engordaban y de que el tiempo no pasaba.
No hace mucho de ese encuentro y ahora recuerdo que una atleta de élite posee un inmenso autocontrol, por lo tanto, Arantxa estaba disimulando o evadiéndose un poco de esto que ahora ha explotado. Su noticia ha estallado en un mes, febrero, donde casi nunca pasa algo llamativo. Y esa carencia genera titulares escandalosos: “Podría ir a la cárcel”; “Ruina económica”; “Se quedará sin sus hijos”. Solo me queda confiar en que ese admirable autodominio de los atletas le acompañe estos días. Y que se aferre a esa capacidad que tantos triunfos le ha conseguido.
Los titulares de las revistas son chocantes, maravillosos y violentos. A mí me encantaría trabajar gestionando titulares. Lourdes Montes, la segunda esposa de Francisco Rivera, ha dado uno que merecería una inscripción en piedra para él solo: “Lo importante es ser feliz con lo que te gusta”. Bravo. Es un titular, pero difícilmente una verdad como un templo porque hay muchas formas de felicidad y, sobre todo, muchas cosas que gustan y que no necesariamente son buenas.
Pueden gustarte cosas espantosas o vulgares. A Lourdes se ve que le gusta mucho su marido, que es torero, y la moda, que es su profesión. Y también le gusta gustar, que acarrea problemas porque muchas veces haces cosas por gustar que terminan por disgustarte. Yo he paseado mi histrionismo por televisión y en realidad no es lo que más me gusta de mí. Mi sueño es aparecer en la pequeña pantalla sin tener que decir nada. Quedarme callado en primer plano y que mi silencio sea mi histrionismo. Un poco como Greta Garbo en la película La Reina Cristina de Suecia.
No lo he conseguido, pero me hace pensar en que no debe ser tan sencillo ser feliz con lo que te gusta. Por ejemplo, me gustan los helados, orgánicos —y los no orgánicos—, y me engordan. Me gusta morderme la lengua cuando creo que no me miran y después salgo horrible en las fotos por esa razón. Me gusta comprar y consumir. Me gusta que me reconozcan y también me gustan ciertos varones liantes más jóvenes que yo. Pero todavía no encuentro ese punto de importancia para aseverar, como Lourdes, qué es lo importante. En realidad, no creo que sea tan importante ser feliz. He aprendido que es más importante la infelicidad. Es un estado que me hace reaccionar. Una vez leí una frase de Diana Vreeland, la gran gurú de la moda y el estilo y que Lourdes debería revisar: “La felicidad es para las vacas”.
Mis amigos el doctor Simón y Gianluca, que no comen carne, me llevaron a ver Una mujer Fantástica, película chilena que ganó el Goya a mejor filme latinoamericano y podría llevarse el Oscar a mejor película extranjera mañana domingo. Es extraordinaria. Narra la vida de una persona transgénero a la que degradan y humillan porque no la ven normal, aunque ella sí que es feliz y sabe que le gusta la vida. Me gustaría verla con Arantxa y con Lourdes. Porque me daría cierta felicidad que a ellas también les gustase. También que les resultase importante.
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