Philippe Venet, el hombre al que amó Givenchy
Compartieron décadas de amor y de una inagotable pasión por la moda. Él estuvo al lado del diseñador hasta su muerte
Sus vidas se cruzaron en un taller de alta costura a mediados del Siglo XX y nunca más volverían a separarse hasta este fin de semana, en que Hubert de Givenchy “se apagó” a los 91 años, dejando atrás al hombre con el que compartió décadas de amor y de una inagotable pasión por la moda, Philippe Venet.
Porque puede que Givenchy bromeara en público diciendo que la amistad que tanto le unía a su musa, la actriz Audrey Hepburn, fue “una especie de matrimonio”. Pero el elegido para compartir su vida, de una manera discreta pero nunca oculta, es el hombre al que conoció a comienzos de los años 50 en el taller de la diseñadora Elsa Schiaparelli, donde Givenchy trabajaba como primer asistente cuando un joven Venet (Lyon, 1929) entró también a trabajar allí.
En 1952, Givenchy crea su propia maison de alta costura. Cuando le anuncia a Schiaparelli su intención de “volar con sus propias alas”, la icónica diseñadora, que alcanzó su mayor gloria en los años 30, le lanza una mordaz respuesta: “¿Volar con sus propias alas? Usted va a fracasar”, le vaticinó, según recordaba el diario Libération hace unos años. “Sus palabras me dan valor”, le replicó Givenchy antes de marcharse para nunca más volver a ver a Schiaparelli.
Pese al riesgo que suponía salir de una maison tan reconocida para dar un salto a lo desconocido, el joven Venet no duda en unirse al proyecto de Givenchy. De 1953 hasta 1962, cuando establece su propia marca bajo su nombre, Philippe Venet trabaja directamente a las órdenes de su ya compañero de vida, como sastre maestro de la nueva casa de modas de París, en la época en que Givenchy empieza a consolidar los pilares de su imperio de la moda más exquisita. El reconocimiento propio le llega a Venet en 1985, cuando recibe el Dedal de Oro que le señala como mejor diseñador del año. Pese a los estilos diferentes, a ambos les une un ideal profesional: sus colecciones están destinadas a mujeres elegantes —“la mujer de 30 años chic”, diría el propio Venet en una entrevista en la televisión francesa tras recibir el galardón de diseño— y con alto poder adquisitivo.
Pese a su éxito en Estados Unidos, donde pasaba largas temporadas, Venet nunca lograría la enorme proyección internacional de Givenchy. Cuando este decidió retirarse, a mediados de los años 90, su compañero le siguió y cerró también su maison, en 1994.
A partir de entonces, dividieron sus vidas entre el magnífico hôtel d’Orrouer de París, un lujoso palacete del Siglo XVIII en la elegante Rue de Grenelle, en la rive gauche (orilla izquierda) de la capital francesa, y sus otras residencias, especialmente el palacio de Jonchet, en Romilly-sur-Aigre, una pequeña localidad de 500 habitantes a 140 kilómetros al sur de París.
Givenchy adquirió la mansión en los años 70 y residía en ella “cada vez más a menudo” junto con su compañero, Philippe Venet, explicaba el alcalde de la localidad, Philippe Gasselin, al diario L’Écho Republicain tras la muerte del diseñador. Un deceso que fue anunciado por el propio Venet, que se definió como su “compañero y amigo” hasta el final.
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