Mujeres en blanco
Ellas se visten de negro hoy y reparten octavillas en blanco: cada uno que la rellene como mejor sepa o pueda
Época soviética. Un tipo se pone a repartir octavillas en la plaza Roja. Rápidamente aparece la policía, lo detiene y le confisca el material. Para su sorpresa, las octavillas están en blanco: nada por delante, nada por detrás. Preguntado el disidente por tan desconcertante conducta, responde: “¡Si todo el mundo sabe lo que queremos decir!”. Décadas de abusiva propaganda y férreo control policial por parte del Partido Comunista no pudieron ocultar la única verdad verdadera: que el sistema había fracasado.
Lo mismo ocurre con las octavillas que reparten hoy, 8 de marzo las mujeres. No importa mucho lo que ponga en ellas. Todo el mundo sabe lo que quieren decir: la discriminación persiste. Léase bien, “persiste”, no “existe”. La indignación que mueve las protestas y movilizaciones de hoy no tiene tanto que ver con la existencia de la discriminación como su persistencia. Por eso es compatible con que se haya hecho mucho, muchísimo, por avanzar en la igualdad. Cada milímetro o resquicio de injusticia que persista en una sociedad democrática, y aquí son más bien metros y brechas, debe indignarnos, sea donde sea.
Obama constató una paradoja respecto a la persistencia de la discriminación racial y la brutalidad policial en su país. En la América segregada de los años sesenta del pasado siglo, cuando los negros viajaban en la parte trasera del autobús, los baños separaban por razas y los linchamientos eran todavía el pan de cada día, la discriminación formaba parte del orden natural de las cosas: como era imposible imaginar su desaparición, la resignación era una respuesta comprensible. Pero cincuenta años después de la proclamación de la igualdad y los derechos civiles, cualquier atisbo de discriminación racial, y son más que atisbos, resulta intolerable. De ahí la indignación y las protestas en Ferguson, Misuri, en agosto de 2014, tras haber disparado la policía contra un adolescente afroamericano desarmado.
En la América de hoy, los negros pueden llegar a Harvard, Wall Street o a la mismísima Casa Blanca. Pero siguen siendo negros, desde que se levantan hasta que se acuestan: lo saben y se lo hacen saber. Las mujeres se visten de negro hoy y reparten octavillas en blanco: cada uno que las rellene como mejor sepa o pueda.
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