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Columna
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Feminismo global

Un movimiento así no se veía desde los tiempos de las internacionales obreras

Lluís Bassets
Ambiente en la manifestación en Madrid con motivo del Día Internacional de la Mujer, el 8 de marzo 2017.
Ambiente en la manifestación en Madrid con motivo del Día Internacional de la Mujer, el 8 de marzo 2017.Samuel Sanchez

Este es un movimiento global, con el que se sienten comprometidas mujeres de todos los continentes, culturas y religiones. No es extraño, porque los motivos sobran. Allí donde hay injusticias y razones para la protesta y la consiguiente demanda de corrección fácilmente puede comprobarse que las mujeres son las que más las sufren. El atlas mundial de los conflictos y de las barbaridades es terriblemente idéntico al atlas mundial de la desigualdad y la opresión que sufren las mujeres.

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Es discutible, o difícil de demostrar, que todas las mujeres sean víctimas desde su nacimiento de una sociedad patriarcal global, pero en cambio está perfectamente comprobada e incluso cuantificada la condición de víctima de la opresión de género desde su nacimiento de millones de mujeres en todo el mundo.

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Empecemos por lo más elemental, el poder, la violencia y la guerra. Desde Troya la mujer sufre en su doble condición de población civil utilizada como escudo y chantaje y de presa sexual como botín, que le deparan fácilmente la violación y la muerte. El combate iniciado en Hollywood contra el acoso sexual no puede hacernos olvidar el sufrimiento indecible de millares de mujeres en Siria, Irak, Yemen, Libia o Nigeria, esclavizadas por los fanáticos depredadores del Estado Islámico y de Boko Haram, y sometidas a maltratos y violaciones cuando huyen hacia Europa en columnas de refugiados o en pateras controladas por traficantes sin escrúpulos.

Sigamos por el mundo del trabajo, donde la explotación de la mano de obra barata de los países emergentes, sobre todo del sudeste asiático, se cierne especialmente sobre las mujeres, que componen el grueso de la población laboral de ramos como el textil, y sufren de la doble explotación de su fuerza de trabajo, en casa y en el taller, además de unas condiciones laborales de alta peligrosidad. El camino que les queda por recorrer a las mujeres bangladesíes, indias, vietnamitas o chinas hasta la denuncia de la brecha salarial que moviliza a las europeas es enorme.

Terminemos en el reconocimiento y exigencia legales de igualdad. El primer derecho, según sabia sentencia de Hannah Arendt, consiste en tener derechos. El atlas global de la condición de la mujer es todavía desolador: allí donde no hay Estado, y no lo hay en numerosas regiones de África, la mujer es la que más sufre; y allí donde hay Estado sometido a la ley islámica, una extensa parte del planeta también, la mujer como sujeto civil tiene la mitad de los derechos que el hombre a la hora de heredar o de testificar, además de verse sometida a la presión de su invisibilidad social bajo el velo. Sin contar donde rigen las costumbres ancestrales que permiten la ablación u otros hábitos no tan ancestrales como son el acoso en el trabajo o la violencia doméstica.

La periodista Alejandra Agudo ha dado con la frase para entender lo que hoy sucede: “El feminismo es tan global como la desigualdad que combate”. Por primera vez hay un movimiento global con capacidad para juntar a mujeres de todo el planeta en una misma reivindicación de igualdad y de justicia. Algo así no sucedía, propiamente, desde los tiempos de las internacionales obreras.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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