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MIRADOR
Columna
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Origami

Nadie había previsto esta explosión tecnológica. Un ¿'papirobot'? es un ejemplo de elegancia creativa

Javier Sampedro
Nueve dobleces primordiales se pueden combinar para generar cualquier estructura.
Nueve dobleces primordiales se pueden combinar para generar cualquier estructura.Getty Images

El valle, el plisado, la oreja de conejo, el reverso por fuera, el reverso por dentro, el rizo, el 'squash', el sumidero y el pétalo. Son los nueve pliegues básicos del origami, ese arte que antiguamente (la semana pasada) se llamaba papiroflexia. Esos nueve dobleces primordiales se pueden combinar para generar cualquier estructura compleja, como si fueran los fonemas de una gramática de las formas capaz de engendrar un cosmos a partir de una simple hoja de papel. Aunque la palabra es japonesa, el origami se originó seguramente en China, pues allí se inventó el papel hace 2.200 años, pero la papiroflexia verdaderamente interesante tiene una historia muy corta, y basada en Japón en su mayoría. Yo nunca pasé del avión de papel -algunos hasta volaban-, pero mis compañeros de clase sabían hacer la pajarita, y algunos hasta la grulla. Se creerían muy listos.

Y lo eran, porque el origami se está convirtiendo en nuestros días en una tecnología de vanguardia. Hay muchas maneras de hacer robots, pero el viejo arte japonés tiene tantas ventajas que dan ganas de tirar la toalla en casi todas las demás. Un robot tradicional (los de la semana pasada) es una suma de cosas tan dispares como un motor eléctrico, una red neuronal, una batería de litio, dos piernas de acero y tres ojos de perovskita. En cierto sentido profundo, es una obra del doctor Franz de Copenhague.

Comparado con eso, un robot de origami (¿'papirobot'?) es un ejemplo de elegancia creativa. Tanto su estructura como su función brotan de principios matemáticos como los nueve dobleces básicos. Su composición de materiales en una simple hoja de papel 2-D se convierte automáticamente en una forma 3-D compleja que encarna las relaciones necesarias entre sus partes, y por tanto constituye un todo emergente, al estilo de los sistemas biológicos como el lector (si alguno queda). Las matemáticas indican con fuerza que el origami es un método universal para construir cualquier geometría. Y las reglas del plegado implican que un robot de origami puede reconfigurarse en un universo de nuevas formas que ejecutan nuevas tareas. Pueden imprimirse en cuestión de horas, y mudar de forma en segundos respondiendo a la temperatura, la humedad o la luz. Pueden medir solo unas micras (milésimas de milímetro) o tanto como unos metros.

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Nadie había previsto esta explosión tecnológica del origami. Ni los chinos, ni los alemanes ni los japoneses habían pensado en él como más que un divertimento o un adorno, acaso una distracción para los niños. Pero así son las cosas.

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