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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La mató porque la quería (y es que era su cumpleaños)

El asesino del pantano no podía soportar la idea de vivir sin su mujer, pero consiguió hacerlo e incluso volver a matar

El sospechoso accede junto a la policía científica al domicilio familiar en el municipio de Anglès (Girona).Foto: atlas | Vídeo: ©TONI FERRAGUT
Berna González Harbour

Josefa García cumplía 35 años el día en que su exmarido, Jordi Magentí Gamell, al que había denunciado un par de meses antes por malos tratos, le descerrajó cuatro perdigonazos para cazar jabalíes que le causaron la muerte al bajar del autobús que la traía de trabajar. Dejó dos hijos comunes: uno de nueve años y una chica de 16. Fue el 4 de diciembre de 1997.

Aún no se había aprobado la Ley de Violencia de Género que llegó en 2004 ni se había producido la sentencia del Constitucional que avaló la mayor pena para asesinos de mujeres que de hombres. Y eso no significa que hubiera cambiado la historia, que una máquina del tiempo nos hubiera permitido volver atrás en forma de adelanto de ley para evitar lo que nunca debió ocurrir, pero sí que habríamos podido soñar con las herramientas legales para frenarle. Magentí solo pasó 12 años en prisión. El jurado popular le atenuó la pena por un trastorno ansioso-depresivo y por su colaboración. Un buen detalle que tuvo, el hombre.

“La he matado porque la quería y no podía soportar la idea de vivir sin ella”, dijo entonces. También dijo que al salir de casa con la escopeta cargada no había decidido matarla. Lo cierto es que logró vivir sin-ella-viva, pero hacerlo con-ella-muerta no le remedió la propia vida, a juzgar por la detención de que fue objeto ayer por parte de los Mossos de Esquadra. Magentí está acusado del asesinato en el pantano de Susqueda (Girona) de dos jóvenes que desaparecieron el 24 de agosto: Paula Mas y Marc Hernández, de 21 y 23 años, que habían salido a pasear en kayak y a los que no mató porque les quería, como a su exmujer, sino simple y supuestamente porque quería. No había relación alguna entre las víctimas y él. Él era un pescador y cazador habitual de la zona, que conocía al dedillo, y ellos una pareja de excursionistas jóvenes —técnico forestal él, currante de una pizzería, ella, ambos sanos, deportistas, sonrientes— que eligieron mal sitio para pasar el fin de semana.

Con Magentí ha sido detenido su hijo J. M., aquel niño de nueve años al que dejó huérfano de madre y que hoy tiene 30. La ley actual, si llegan a ponerse en marcha las modificaciones acordadas en el pacto de Estado el pasado verano, también le habría puesto difícil mantener la relación con sus hijos.

El asesino o asesinos tirotearon a Paula y Marc y les hundieron en el pantano con piedras en la mochila. También su coche, al que metieron la primera marcha y quitaron el freno de mano. Pasó más de un mes hasta que la policía, al descender entre dos y tres metros el nivel del agua del pantano, localizó los cadáveres. Tenían restos de violencia y de haberse topado con quien nunca debieron toparse. Demasiada mala suerte.

Nadie puede garantizar que al amparo de la Ley de Violencia de Género el asesino hubiera tenido una condena mayor, ni que Josefa García hubiera estado protegida por órdenes de alejamiento tras interponer la denuncia, ni que entonces hubiera terminado su 35 cumpleaños en paz, ni que Paula y Marc hubieran evitado a Magentí en la cadena letal que marca esta historia. La máquina del tiempo ni existe ni se la espera, pero que nadie nos pida capacidad de comprensión, porque tampoco está. Ni se la espera.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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