Cuando nos volvieron a gustar las casas que les gustan a los niños
Cada vez más arquitectos recurren, de nuevo, a la legendaria cubierta a dos aguas. Sin embargo, lo hacen no tanto por su función protectora como por su carga simbólica
Las cubiertas a dos aguas han regresado no solo para coronar viviendas unifamiliares, también para culminar grandes edificios e incluso para transmitir la imagen corporativa de una empresa. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde ha fallado la arquitectura cúbica de la modernidad?
La modernidad redescubrió la tradición arquitectónica mediterránea —la que ubica volúmenes sencillos, encalados y con terrados para tender la ropa o tomar el sol, a favor del sol de la mañana y apartándose del sol de la tarde—. Desde esos volúmenes básicos, sin ornamentos y supuestamente baratos y por lo tanto populares, parecía más fácil comunicar el ideal democrático —e imposible por mera cuestión numérica y de densidad— de una vivienda para todos. La cubierta, a dos aguas: la más sencilla, la que dibujaría un niño al ser requerido a pintar una casa, fue la gran sacrificada de esa decisión. Pero incluso con las filtraciones de agua de lluvia, o de nieve deshelada, solucionadas, el tiempo parece indicar que no eran solo problemas técnicos lo que fallaba en las azoteas modernas.
Hagan la prueba. Todavía hoy, cuando la mayoría de la población vive en pisos, los niños recurren a las cubiertas a dos aguas cuando se les pide que dibujen una casa. También suelen añadir un árbol y las ya casi inexistentes (por lo menos por esta parte del mundo) verjas blancas, bajitas, de madera construidas con tablones acabados, también, a dos aguas —picket fences—.
Cada vez más arquitectos toman nota de ese ¿anhelo? ¿error? o de esa ¿pérdida? ¿nostalgia? Se hace difícil interpretarlo desde una única óptica. El resultado son edificios como el Schaudepot de Vitra, uno de los campus de la vanguardia arquitectónica que concentra, en un pueblo alemán fronterizo con Suiza, Weil am Rhein, un muestrario de la vanguardia arquitectónica europea. Allí, junto al primer edificio que Zaha Hadid logró construir en su vida, junto al primer Frank Gehry europeo o junto al primer Tadao Ando levantado en Europa, el Schaudepot de Herzog & de Meuron —que alberga la irrepetible colección de sillas de la empresa— está coronado por una cubierta a dos aguas.
También el Vitra Haus, un inmueble con forma de viviendas apiladas levantado hace ocho años así mismo por los arquitectos suizos, está culminado por varias cubiertas a dos aguas. Ese edificio expone la colección de mobiliario que la empresa alemana idea o actualiza para el ámbito doméstico. Pero encierra también una cafetería y oficinas de la empresa. Es la casa de la productora y para comunicar esa idea resulta clave emplear una cubierta que remita a la idea de casa.
¿Qué ha pasado? Cuando las mejoras técnicas y las obras mejor acabadas hacen posible que una cubierta plana lidie eficazmente con el agua, la cara simbólica de la idea primitiva de casa —la de la choza defendida por el abad Marc-Antoine Laugier— no parece todavía resuelta. Los nuevos edificios coronados por cubiertas a dos aguas recurren a este acabado no tanto como solución técnica como refuerzo simbólico. De la misma manera que, en el siglo XVIII, el jesuita Laugier corrigió a los arquitectos errores estéticos y técnicos en su Ensayo sobre la arquitectura, hoy muchos proyectistas necesitan la imagen más esquemática de una vivienda para comunicar arraigo, cercanía, cuidado y calidez.
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