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MIRADOR
Columna
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De bulto

La irrelevancia de las dos últimas legislaturas en el reparto de poder institucional en la UE ha condenado a España a un papel no ya secundario, sino de figuración sin frase

David Trueba
Francisco Pérez de los Cobos con Mariano Rajoy en un acto en 2014.
Francisco Pérez de los Cobos con Mariano Rajoy en un acto en 2014. Uly Martín

Como bien enseña la interesante película El joven Karl Marx, ya hace 150 años tenías que dominar tres idiomas si pretendías promover un movimiento revolucionario de importancia. En España los idiomas extranjeros siempre han sido mirados con prevención porque se temía que manejarlos desactivara la importancia de lo local en favor del atractivo ajeno. Pero la ignorancia lo que promueve es la sumisión. Desconocer la esencia de lo ajeno te condena a consumirlo sin espíritu crítico. Así, sin dominar el inglés, la cultura anglosajona nos ha comido las piernas y al día de hoy somos antimperialistas de vocación pero súbditos por gusto. No solo consumimos de manera acrítica aquello que nos seleccionan y traducen para que lo engullamos como si fuéramos ocas de engorde, sino que además nos sentimos obligados a imitarlo. Perseguir el éxito a partir del éxito ajeno suele ser una receta que garantiza el fracaso.

Se ha hablado mucho de si un juez español ha visto mermadas su aspiración a una de las cortes europeas de derechos por culpa del idioma. No sería raro, pero en episodios similares nos importa más reírnos de la torpeza ajena que afrontar las lagunas propias. Algo pasa cuando siempre nos suena a otro tiempo el que personalidades españolas ocuparan puestos de relevancia en Europa. Nombres como Solana, Barón, Borrell, Gil Robles, Almunia o Mayor Zaragoza se movían por Europa sin excesivo complejo. La irrelevancia de las dos últimas legislaturas en el reparto de poder institucional en la UE ha condenado a España a un papel no ya secundario, sino de figuración sin frase, que es el término técnico para quien hace de bulto. Dirán que los idiomas no tienen que ver en ello, pero todo ayuda y nuestra tendencia a la invisibilidad y la inanidad tendría que ser revisada a fondo.

Si uno se para a pensar en lo poco que pintamos fuera siendo el país de Velázquez y Goya puede caer en la ironía demoledora. Para animarnos, nos recordamos que parte de la culpa reside en lo mal gobernados que andamos. Por suerte, la semana pasada visité una escuela de adultos y comprobé la pasión por seguir aprendiendo en las terribles condiciones de desigualdad a las que nos hemos acostumbrado. Hay mucha gente que no se resigna a que le pisoteen todas sus expectativas por duros que sean los tiempos. Esa gente de verdad ayuda a mejorar el país porque no fingen saber cuando algo no saben. Su deseo de mejora los hace brillar entre la informe legión de los que han decidido conformarse con hacer de bulto.

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