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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Restaurar el servicio militar no es volver a la ‘mili’

Un periodo de servicio obligatorio a la sociedad no es ningún disparate

Jorge Marirrodriga
Emmanuel Macron y Theresa May  pasan revista en la academia militar de Sandhurst, en Camberley, Reino Unido.
Emmanuel Macron y Theresa May pasan revista en la academia militar de Sandhurst, en Camberley, Reino Unido.IAN LANGSDON / POOL (EFE)

Como nos hemos convertido en una sociedad de ofendidos con mecha corta —en realidad nunca dejamos de serlo, basta echar un vistazo a lo que cuenta la literatura del Siglo de Oro—, vaya por delante que quien aquí escribe defendió desde este mismo espacio a los millennials hace unos meses. Dicho esto, la idea de recuperar el servicio militar —o al menos un servicio obligatorio a la sociedad— no les vendría nada mal ni a ellos, ni a los que vengan después, ni al resto de nosotros.

Sucede que el presidente de Francia ha lanzado la idea de recuperar el servicio militar, aunque —fiel a su olfato popular y para dulcificar— Emmanuel Macron lo ha denominado “cívico-militar”. Antes de Francia, suecos y alemanes ya tomaron el mismo camino que nunca abandonaron daneses, finlandeses y griegos. Noruega, desde hace cinco años, también ha incorporado a las mujeres al que fue durante décadas el sorteo anual más temido de los españoles. De ellos.

Las reticencias son absolutamente lógicas y no solo las de quienes esgrimen razones ideológicas o económicas. El servicio militar fue siempre una experiencia intensa que comenzaba mucho antes de vestir el uniforme y no acaba de terminar por mucho tiempo que pase, que cantarían Los Nikis. Todos tenemos en la familia, o alrededores, alguien a quien no se debe mencionar bajo ningún concepto la palabra “mili”, so pena de abrir una compuerta de historias y anécdotas sin ningún interés real más que para quien las cuenta. A veces, esa persona es uno mismo y debe ser consciente siempre del peligro que lleva dentro. Lograr llegar a la mitad de una columna sobre la mili sin contar una anécdota ya constituye un logro. Lo curioso es que se trata de un fenómeno universal: ante un italiano es mejor no decir naia, ni mencionar a un argentino la colimba.

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Pero ese es precisamente el problema. Pensar en el servicio militar obligatorio mirando al pasado y sus historias infumables de imaginarias, furrieles, chusqueros, abuelos y blanca pa mí. Eso no debe volver jamás. Pero tampoco podemos vivir en una sociedad donde el servicio —de cualquier tipo— a la comunidad se deje en manos de almas generosas mientras para los demás la solidaridad sea sinónimo de algunos likes en Facebook y, si acaso, una firma en change.org. En términos sociales no es ningún disparate que los ciudadanos —y ciudadanas— de una democracia empleen algún tiempo en convivir con personas con quienes no se cruzarían jamás, que comprendan que la libertad hay que defenderla y que no todo es hacer lo que uno quiere cuando le apetece. Nadie imagina lo que pica el trasero hasta que te prohíben que te lo rasques.

La UME es un buen ejemplo. No son “chicos y chicas” como algunos se han empeñado en repetir. Son militares a los que sacaron de casa una noche de Reyes para ayudar a personas en apuros. Pudieron hacerlo porque han aprendido a actuar disciplinadamente y con efectividad. Un servicio obligatorio a la sociedad bien planteado sirve para cohesionar grupos y centrar individuos. Y de ambas cosas andamos necesitados.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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