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Columna
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Analfos

El lector habitual es alguien con mejores condiciones para pensar y explicar lo que piensa

Félix de Azúa
Una mujer lee un libro sentada en el césped, junto a las casetas de la Feria del Libro de Madrid, en el madrileño parque del Retiro.
Una mujer lee un libro sentada en el césped, junto a las casetas de la Feria del Libro de Madrid, en el madrileño parque del Retiro.© Jaime Villanueva

La encuesta hiela la sangre. Un 40% de los españoles jamás ha leído un libro. Aclaremos de buen principio que leer libros no es una necesidad cultural o una elegancia social, es una imprescindible práctica mental. Los que leen libros no son más inteligentes o más interesantes que quienes ni tocan sus cubiertas. Eso sí, la lectura de libros permite, por un lado, mejorar nuestra capacidad de explicación, el modo en que argumentamos nuestras creencias, y de otro lado nos enseña a usar los múltiples registros del lenguaje.

El lector habitual es alguien con mejores condiciones para pensar y explicar lo que piensa. De ahí que la miseria expresiva de los jóvenes se traduzca en la mudez de los escolares. Aquel que no tiene éxito para explicarse con el lenguaje suele ampararse en el uso de la fuerza bruta. La creciente presencia de matones en los colegios es debida, a mi modo de ver, a la opinión de que basta con mirar pantallas para ser más inteligente. En los colegios e institutos debería estar prohibido el uso de tales instrumentos. Ya sé que es imposible, pero por lo menos se podrían promocionar algunos institutos donde se apagaran las pantallas y permitieran a los jóvenes usar su cerebro.

Y apostando ya por la utopía, ¿no debería ponerse en práctica la enseñanza oral? En Francia, en Inglaterra y en Italia (no sé si en el resto de Europa) los exámenes son escritos y orales. Los alumnos pasan muchas horas del curso leyendo, escribiendo y defendiendo en voz alta sus trabajos. Ello ha permitido un uso muy superior del lenguaje a los europeos que a los españoles, rasgo evidente en los alumnos de Erasmus. Aquí un bachiller sale sin haber abierto la boca en público, excepto para el botellón. La Universidad, ya se sabe, es muda. Socialmente, no existe.

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Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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