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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Debe volver la mili a España?

La idea de Macron cuaja en los países nórdicos en nombre de la cohesión y la autodefensa

La ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, pasa revista a las tropas en el día de su toma de posesión del cargo, en noviembre de 2016.
La ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, pasa revista a las tropas en el día de su toma de posesión del cargo, en noviembre de 2016.ULY MARTIN

Habiendo sido objetor de conciencia, puede resultar ahora estrafalario reivindicar desde aquí el regreso del servicio militar, pero también es cierto que la beligerancia juvenil de Javier Solana contra la OTAN no le impidió luego convertirse en el secretario general de la Alianza Atlántica.

Nos hacíamos objetores no tanto por recelo al Ejército como porque la mili truncaba los estudios o la oportunidad de un trabajo. Y porque ya entonces -años noventa- se presumía el salto cualitativo hacia el profesionalismo. José María Aznar se ocupó de confirmarlo en 2001 y lo hizo en abierta discrepancia con el Ministerio de Defensa.

Terminó con los ritos de iniciación, con los sorteos, con el pesaje de los mozos. Y con algunas facultades terapéuticas del servicio, no exactamente el proceso de convertirse en hombre con el rito de pasaje de las primeras armas, pero sí la posibilidad de encontrar en un barracón el aleph de la sociedad. Castas y plebe, campo y mar, ricos y pobres, desfilaban con el mismo uniforme a semejanza de la alegoría de la igualdad. Y se exponían a la disciplina, a la jerarquía, al orden, a la comunión de unos valores. Y a las novatadas, al desafío darwinista, a la arbitrariedad de un sargento de hierro.

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Habla uno de oídas con los estigmas del objetor, pero ha leído con atención la iniciativa con que Macron ha restaurado la mili en Francia. No es un servicio demasiado exhaustivo ni en tiempo ni en compromiso, ni aspira tampoco a emular la idiosincrasia castrense del pueblo israelí -Israel no es un Estado con ejército, sino un ejército con Estado-, pero sí al propósito de inculcar en sus compatriotas el sentido del deber, el principio de la cohesión social al abrigo de los símbolos patrióticos, la noción de la nación amenazada y hasta el desafío de defenderla.

El último reemplazo francés se produjo en 2001, pero el yugo yihadista, la novedad del terrorismo de vecindario y hasta el fervor patriótico en tiempos de emergencia nacional convirtió la mili en un poderoso argumento electoral en las elecciones presidenciales de 2017. Partiendo de que la opinión pública -80%- se declara favorable al servicio militar obligatorio.

Es el doble de cuanto sostienen los alemanes, pero la distancia de la sociedad germana no contradice que el Bundestag haya acuñado un nuevo concepto de defensa civil entre cuyas ambiciones destaca la reactivación del reclutamiento obligatorio y temporal.

Las motivaciones son parecidas a las de Francia en el contexto de la psicosis terrorista, pero el Gobierno de Angela Merkel incorpora a su argumentario la amenaza de Rusia. Tan explícita en sus aspiraciones expansionistas que los países nórdicos también han inculcado entre sus compatriotas el retorno más o menos inminente del servicio militar.

Es el caso de Noruega y es el caso de Suecia, cuyo ministro de Defensa, Peter Hultqvist, parece dispuesto a promoverlo en 2019, sin distinción de sexos y con la pretensión de proporcionar a la población un mecanismo iniciático de autodefensa. Con más razón cuando el peligro yihadista tanto se manifiesta desde células sofisticadas como lo hace desde fórmulas imitativas, indetectables, domésticas, pero acaso susceptibles de neutralizarse con los recursos de una población militarmente instruida -medidas básicas- y mejor preparada para una emergencia.

Estas mismas razones de aprensión, de autodefensa y de exposición al terrorismo islámico podrían trasladarse a España, aunque la hipótesis de restaurar el servicio militar todavía se antoja una posibilidad remota. Y no ya por la precariedad parlamentaria del PP o por la impopularidad de la iniciativa -Pablo Iglesias abjura de Marte en beneficio de Venus, del mismo modo que Sánchez sopesó suprimir el Ministerio de Defensa- sino por la convicción de que un ejército profesional preparado, bien financiado y dotado de medios tecnológicos, representa todavía la mejor alternativa a las amenazas contemporáneas.

De otro modo, podría suscitarse la preocupante sensación de que el ciudadano defiende al Estado por la impotencia del Estado mismo, aunque no hay Estado capaz de neutralizar un camión desbocado ni un terrorista virgen que lleva a hombros una bombona de butano. Parece sensato darle a la ciudadanía algunos criterios y procedimientos de autodefensa, evocando acaso el pasaje más ardoroso de La Marsellesa: "A las armas, ciudadanos, formad vuestros batallones".

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